El desenlace de la Clásica fue trepidante, con el francés Sivakov destacado, manteniendo una ventaja constante de 20 segundos, hasta el comienzo de la subida a Pilotegi, a nueve kilómetros de meta; y, tras su captura, con la lucha entre Alaphilippe y Hirschi, escapados en esa subida. Vimos de nuevo al Alaphilippe ofensivo, pareciendo que volvía a ser el de antaño. Fue él quien rompió el grupo en el duro ascenso a Pilotegi, donde sólo el suizo Hirschi le aguantó. Creo que al francés le faltó picardía para vencer en el Kursaal. Tras un par de años errante, donde no encontraba la victoria ni el golpe de pedal, maniobró mal en el sprint. Le vencieron unos nervios de juvenil, y olvidó su veteranía. Impaciente, como si les fueran a cazar desde atrás, tiró en la recta de meta, cuando debía haber vigilado la rueda del suizo. Cuando éste atacó el sprint, ya no tuvo tiempo de remontar. Hirschi es un corredor que prometía mucho, fue campeón del mundo sub 23, e hizo un Tour fenomenal en su debut, en 2020, pero vio su carrera detenida por una lesión de cadera de la que se operó. Poco a poco va reencontrándose. Acaba de ganar el Tour de Chequia. Me alegro por él, aunque como suelo añadir, no tanto por su equipo, porque no quiero participar en el blanqueo de la política represiva de los Emiratos a través del deporte.  

El recorrido de la Clásica se ha ido modificando en la medida en que ésta se ha ido haciendo más importante; incluyendo cada vez mayor dureza. En las primeras ediciones bastaba la subida a Jaizkibel para romper el pelotón y provocar la escapada de Marino Lejarreta, vencedor en tres ocasiones. Pero cuando la participación se fue haciendo mejor, esa montaña ya no bastaba para provocar la escapada o seleccionar al grupo. Y pasó a ser una carrera abierta, tanto para escaladores como para clasicómanos de calidad, que aguantaban en Jaizkibel. Lo mismo ganaban grandes corredores con probada solvencia en la montaña, como Bugno, Indurain, Chiappucci; o especialistas en las clásicas, Casagrande, Bettini, Gilbert, Alcalá, Jalabert, León Sánchez, Valverde, que se fueron imponiendo en el palmarés. La organización, buscando la gesta del escalador, ha ido metiendo en los últimos años nuevas subidas, el duro Erlaitz tras Jaizkibel; y las cortas pero muy pendientes carreteras de la falda de Igeldo, Bordako Tontorra, Murgil, o Pilotegi este año, cerca de meta. Sin embargo, su corta distancia hace que también las superen corredores duros, rocosos, como Hirschi o Alaphilippe, y el dilema sigue abierto: es una prueba en la que pueden vencer escaladores y clasicómanos. Y esa imprevisibilidad es más emocionante.

Una carrera bien ubicada

Hay carreras bien colocadas en el calendario, el Tour, ¿qué mejor manera de pasar el mes de julio? –decía Armstrong–; las clásicas del norte en primavera, bajo su cambiante meteorología, con nieve, lluvia, frio; los mundiales, poniendo el broche a la temporada; y la Clásica. La Clásica cae bien aunque parezca a priori que no. Siempre en el borde de las fiestas de la ciudad, se convierte en la puerta de la Semana Grande. Con ella debuta la alegría que continuarán los fuegos artificiales, tras haber estado ausentes por vacaciones, y haber regresado justo en la fecha. Fue mi caso muchos años, cuando volvía para las fiestas y la Clásica era el primer acontecimiento. Además, así la Clásica sigue una tradición antigua de nuestro ciclismo: la carrera en las fiestas de los pueblos. Creo que se ha perdido esta costumbre, quizá por la dificultad actual para celebrar una carrera ciclista, con los consiguientes cortes de tráfico, policía, y controles en los cruces. Pero era una bonita tradición. En muchos pueblos guipuzcoanos uno de los puntos calientes de su programa festivo era la carrera ciclista, de aficionados, o de juveniles. Y para los guipuzcoanos y donostiarras que aún siguen de vacaciones, la Clásica se convierte en un vínculo con su lugar. Allá donde estén buscarán la señal televisiva, como hacíamos en el Pirineo con una televisión de dos cuernos que apenas pillaba una señal borrosa; ahora la retransmisión por internet; o incluso el periódico al día siguiente, para leer lo sucedido. No es una fecha anodina. 

Clásica cicloturista

Con la versión cicloturista de la Clásica, una prueba que creo que ya no se celebra, me llevé una decepción. El ambiente que descubrí en esa Clásica popular era extremadamente competitivo, todo lo contrario de lo que yo entendía como una fiesta cicloturista. En la Clásica reinaban los ataques, las miradas desafiantes, y no se hablaba. Cada uno, con el cuchillo entre los dientes, esperaba su oportunidad. Parecía que disputaran, a sus 40, 50, 60 años, el Tour de Francia. Si alguien pinchaba o tenía una avería, como me ocurrió, nadie se preocupaba de él. Antagónico de lo que yo pensaba que debía ser una celebración del pedal, algo festivo, solidario, donde cada uno, a esas edades, se mide consigo, y nadie se convierte en un adversario. Sé que voy contra corriente, pero la participación en esa Clásica me vacunó contra esas carreras disfrazadas de marchas cicloturistas.