La etapa de Sappada la ganó el más valiente, Andrea Vendrame. El más atrevido, el que se la jugó en el descenso del último puerto, con la carretera mojada, muy peligrosa, sacando veinte segundos al grupo de escapados donde marchaba, y ampliándolos en los 30 kilómetros que restaban, con una soberbia regularidad y fuerza. La etapa nos brindó una lección de ciclismo y de vida, a saber: es importante el momento de las cosas, hay que saber cuándo es la ocasión idónea para atacar.
Tumba abierta
Y para ello hay que conocer lo que mueve al adversario. Así, Vendrame, se lanzó a tumba abierta sabiendo que en el grupo de ilustres, con hasta cuatro vencedores de etapa de este Giro, Alaphilippe, Narváez, Steinhauser y Pelayo Sánchez, reinaría la desconfianza, que impediría una entrega total es su persecución. Tiraban, pasaban al relevo, pero sin ponerlo todo, reservándose para la posible lucha por la victoria, que no llegó. La presencia de esos cuatro corredores en la escapada nos informa de otro hecho que suele suceder en las grandes vueltas, las últimas etapas las protagonizan los mismos corredores, los ciclistas más resistentes y en forma de la prueba. Me ha alegrado mucho ver de nuevo a Alaphilippe volver por sus fueros. Aunque no es el ciclista de hace un par de temporadas, está en todas las fugas, animando día tras día la carrera. Ganó una etapa y es el campeón de la combatividad.
Hace tiempo que la carrera está decidida en cuanto al vencedor, que, como se presuponía al comienzo, no será otro que Pogacar. Esa tal su dominio, que ni una caída se lo impediría, pues en ese caso, a buen seguro que le esperarían sus contrincantes, ante la superioridad evidenciada. Queda la disputa del segundo puesto, entre Luis Felipe Martínez y Geraint Thomas, separados por unos cuantos segundos y con una etapa tremenda como la de este viernes.
Sin embargo, creo que va a prevalecer el conservadurismo, las fuerzas están exiguas, y me parece que ambos están contentos con su podio, Luis Felipe encantado con ser el mejor tras el astro esloveno, y Thomas con otro podio en una grande, que continua su colección, en la que ya están un segundo puesto en el Giro; un segundo y un tercero en el Tour, además de la victoria.
El favorito Pogacar
Con la prueba decidida, otros debates han saltado a la primera plana, analizando la carrera de Pogacar. Se ha comentado que ha comenzado a usar unas bielas más cortas, de 165 mm, para aumentar su cadencia de pedaleo, el número de vueltas a las bielas por minuto. Las normales son de 170, o 172, a veces de 175, o, si el ciclista es muy potente, de 180, como se decía que llevaba Indurain. Aquí reina la ley física de la palanca, a más longitud más fuerza, más desarrollo se puede mover, en detrimento de la cadencia. Es posible. Me ha parecido ver en Pogacar un pedaleo más fluido que antaño. Aunque el verdadero calibre de la eficacia de esto lo veremos en el Tour, frente a rivales de su talla, de los que ha carecido en el Giro.
Alpes y Dolomitas
El mal tiempo, como era previsible, ha hecho acto de aparición en la última semana en el norte, en los Alpes y los Dolomitas; es lo habitual. Eso ha costado la cima Coppi, el gran Stelvio, que no pudo subirse por la nieve y las malas condiciones atmosféricas. Éste es un factor del que ahora, en el fragor del combate por la carrera, no vemos las consecuencias, pero que pueden no ser desdeñables para Pogacar en su proyecto de asaltar el Tour. El Giro suele pasar factura no sólo por las fuerzas dejadas en la lid, que estos días está ahorrando, sino también por las gastadas frente a los elementos, al frío y la lluvia que les acompañan.
Se acerca el final del Giro y me atrapa una leve tristeza, como en los últimos días de unas vacaciones, cuando no se han acabado pero se percibe el final. Y es que el Giro tiene ese aroma de viaje, porque Italia es muy bella, uno de los países más hermosos, donde se combinan su belleza natural con la historia, la cultura, y la arquitectura de sus ciudades, que tan bien nos muestran las cámaras de televisión. Y con ese final cercano, todas las emociones y enseñanzas de la prueba, las deportivas, y todo lo demás, como diría Woody Allen, cobran más relieve. Así, el pasado jueves, cuando la carrera terminaba en Padua, no pude dejar de pensar en Enrico Berlinguer, el líder de los comunistas italianos, que murió allí, en la tribuna de una plaza, mientras daba un mitin para las elecciones europeas de 1984.
Máximo esfuerzo
Murió, a su manera, como un soldado en la trinchera. Es enigmático el momento más feliz de una vida. Recuerdo que cuando le preguntaron a un viejo combatiente republicano sobre cuál era el tiempo más feliz de su vida, no habló de sus hijos, o del amor, sino de los momentos más duros, en los que se había jugado la vida defendiendo sus ideas. A veces, felicidad y sacrificio pueden ir juntas, como quizá sintió Berlinguer en la plaza al percibir que llegaba su hora; o como ocurre en el esfuerzo extremo sobre la bicicleta.