La séptima etapa de la Vuelta, disputado un tercio de la prueba, es un buen momento para hacer un balance, y sacar conclusiones claras sobre los favoritos. Sin embargo, todas las espadas siguen en el aire. Las diferencias injustas marcadas en la contrarreloj por equipos inicial, artificiales por la desigualdad de condiciones atmosféricas en las que unos y otros la disputaron, se equilibraron en la cumbre del observatorio de Javalambre, dejando a todos los candidatos separados por un puñado de segundos. ¿Qué hemos visto hasta la fecha? La fortaleza del equipo Jumbo, pero que no es abrumadora. Vingegaard no parece el del Tour, sino el gran corredor de otras carreras como la Paris-Niza de este año, o la Itzulia, un ganador, pero terrenal, vulnerable. Roglic tampoco me parece en estado óptimo, sino, hubiera esprintado en la cumbre de Andorra. A Evenepoel se le ve motivado y con piernas, aunque en Javalambre pasó un mal momento, él dice que acusó su caída en Arinsal, y minimizó la pérdida en 30 segundos, siendo el más rápido en los últimos dos kilómetros de la subida. Ayuso, regulando en las ascensiones y creciéndose al final, no muestra el estado de gracia necesario para derrotar a los campeones anteriores. Thomas no parece enchufado de verdad a la carrera. Y por delante de ellos, con una buena diferencia de tiempo, superior a los dos minutos y medio, una serie de buenos corredores beneficiados por la fuga colectiva consentida del jueves, entre ellos el joven líder Lenny Martinez, nuestro Mikel Landa, y sobre todo, Seep Kuus. No es una distancia insalvable, con todo lo que queda, pero con escapadas de ese estilo hubo victorias inesperadas en grandes vueltas; como la de Roger Walkowiak, hijo de un minero emigrante polaco, en el Tour de 1956; o la del italiano Marco Giovanetti en la Vuelta de 1990. Chiapucci también estuvo a punto de ganar un Tour de esa manera frente a Lemond.

Estos días nos encontramos con una buena noticia en la prensa: la justicia chilena condenaba a los asesinos del cantautor Víctor Jara. 50 años después del asesinato, y del golpe militar de Pinochet en Chile, el 11 de septiembre de 1973, cuya crueldad sólo encuentra parangón en el nazismo. Seguramente no hay otro suceso que recabara una solidaridad unánime de la humanidad progresista como el de la libertad en Chile. Cercana a la que recibió la República española. Tenía muchas similitudes a pesar de los 34 años que separaban ambos hechos: un gobierno de unidad popular que, tras ganar las elecciones, pretendía emprender profundas transformaciones del país, y por eso era derribado por un golpe militar. Y elementos comunes como el idioma, y que el mundo de la cultura, poetas, cantantes, escritores, tomó partido abiertamente por ese gobierno. 5.000 presos fueron encerrados en el Estadio Nacional de Chile en las primeras horas del golpe, entre ellos el gran cantautor Víctor Jara, que, torturado cruelmente, fue asesinado el 16 de septiembre. Eso es bastante sabido. Es menos conocida la parecida suerte que corrieron dos ciclistas del equipo nacional de Chile, Luis Guajardo y Sergio Tormen. En este septiembre del 50 aniversario, quiero recordarlos.

Los hechos ocurrieron el 20 de julio de 1974, en pleno delirio represivo de la dictadura. La policía, la terrible DINA, se presentó a las 11,30 de la mañana en el taller de bicicletas del padre de Sergio Tormen, al que iban los ciclistas para ajustar sus máquinas. Allí detuvieron a Luis Guajardo, ciclista de la selección nacional y dirigente del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Volvieron a las 13,30 y detuvieron a Sergio Tormen, ciclista dos veces campeón nacional de Chile, también militante del MIR; a su hermano Peter de 14 años, y a Juan Mayorga, seleccionador nacional de ciclismo de Chile. Peter había acompañado a su hermano al taller para revisar su bici, ya que tenía carrera al día siguiente. Los llevaron a todos al centro de torturas ilegal sito en la calle Londres 38 de Santiago. Dos días después, Juan Mayorga y el pequeño Peter, con los ojos vendados para no reconocer donde habían estado, fueron puestos en libertad. Sergio Tomen y Luis Guajardo nunca aparecieron. 

Años más tarde, Peter también se hizo ciclista, y en 1987 ganó la Vuelta a Chile, una de las más prestigiosas careras del cono sur americano. Fue una victoria inesperada, pues era considerado un gregario. Pero se metió en una escapada en la que no iban las figuras, sacó tiempo, y resistió hasta el final, apoyado por los líderes de su equipo, que lo consideraban un gran compañero. Imagino a Peter, veo en mi cabeza la etapa en la que se concedió mucho tiempo de ventaja a corredores como Kuus, y pienso que quizá pueda también darse una sorpresa similar. Peter Tormen ganó esa Vuelta a Chile con una bicicleta cuyo cuadro era el de la bici de su hermano Sergio. Cuando fue entrevistado en directo por la televisión chilena tras la victoria, y le preguntaron a quién dedicaba ese triunfo, Peter contestó: “A mi hermano Sergio, detenido y desaparecido”. La dictadura, que duró con su diseño preciso hasta 1990, seguía en pie. Así que fue un acto muy valiente y arriesgado. Pero es en esos momentos difíciles cuando se demuestra la valentía, y cuando las palabras sirven de verdad.