En la Côte de Thésy, un codo amigo arengó a Carapaz, que no necesita apenas chispa para entrar en combustión. Se erizó el ecuatoriano, orgulloso y peleón. Dañada la autoestima en la crono, Carapaz se dibujó la pinturas de guerra en el rostro. Es su naturaleza inconformista. Vingegaard, traslúcido, la piel blancuzca, no necesita anunciar la batalla. Él, poderoso, es la guerra. Una tormenta a punto de descargar a pesar de la faz serena. Enmascarado tras las gafas oscuras, el maillot cerrado hasta el gaznate, el danés se sumó a la rebelión de Carapaz, todo corazón y entrega.

Eso quemó al ecuatoriano cuando Vingegaard, un lanzallamas, dispuso su ritmo marcial, su marcha cuartelera en un alto que descubrió las arrugas de sus rivales, envejecidos en las rampas que se comía Vingegaard. Elevaron los hombros Landa, Mas, Yates, O’Connor, Ciccone, Hindley, Bernal… sin respuesta frente al príncipe danés a 17 kilómetros del final. No es Hamlet.

¿Ser o no ser? Vingegaard no duda, siempre es. Logró el laurel en solitario. El danés se abrillanta para el Tour que sale en Bilbao. En Salins-les-Bains sacó lustre a su palmarés. La novena victoria del curso en apenas 22 días de competición. El triunfo, rotundo, le vistió de amarillo.

Carapaz tira de Vingegaard. A.S.O.

El campeón del Tour, tímido, se expande en competición sin disimulo, aunque su bici luzca un monoplato. Tiene marchas de sobra y un solo discurso: el de la victoria. Cuando giró la cabeza en la subida no intuyó la silueta de Carapaz, al que había asfixiado con la corbata de plomo del ritmo. Vingegaard continuó adelante. Valiente. El grupo de favoritos transitó por la cima con una pérdida de medio minuto y la sensación dura, punzante e incómoda de saberse inferiores.

El Dauphiné, en el bolsillo

De Gaudu, que pudo con el danés en la París-Niza, en la carrera en la que se exhibió Pogacar, no hubo noticias. Se perdió en la espesura del bosque, como el liderato de Bjerg. El amarillo era de Vingegaard que lo tomó por las bravas. Al asalto. Nadie pudo sombrearle. El danés no quiso esperar a las grandes montañas. Le bastó con un perfil incómodo para laminar al resto y ejecutar, en buena medida, el Dauphiné, que mira a las alturas el fin de semana.

Sobradísimo, el danés pudo lanzar besos variados en Salins-les-Bains, donde llegó con más de medio minuto sobre el grupo con Alaphilippe, Landa, Ciccone, Mas… Tuvo tiempo Vingegaard para besar el anillo de su amada, la palma de la mano y lanzar otro ósculo al público, que le recibió con honores.

El danés está en otro nivel. Con el botín obtenido, manda en la general con más de un minuto sobre O’Connor, Alaphilippe y Yates. El nuevo líder, sereno el rictus después de una actuación sublime, frenó y bebió para iniciar el proceso de recuperación mientras jadeaban aún los perseguidores.

Recuerdo para las víctimas

"No quería atacar. He ido a defenderme. He ido con Carapaz, pero él no me ha podido seguir”, dijo con ese punto de costumbrista de Vingegaard. Empleó el danés aquella máxima de que la mejor defensa es un ataque, si bien no tenía previsto hacerlo. Se dejó llevar. Con todo, el triunfo le dolió después de conocer el ataque contra unos niños en Francia.

“Por supuesto, estoy muy contento con la victoria, pero creo que en un día como hoy con lo que ha sucedió en Annecy, realmente no importa el ciclismo. Mis pensamientos están con todas las familias afectadas por la agresión”. Las palabras de Vingegaard retumbaron en el corazón de Francia.

El danés también desea el alma de ese país, el Tour. Dejó un claro mensaje para Pogacar, que se recupera de la fractura de la muñeca izquierda y entrena en Sierra Nevada para retarse en duelo con Vingegaard. El esloveno, campeón en 2020 y 2021, es una incógnita, aunque se espera su mejor versión en el regreso. El danés es un certeza.

Sembró de dudas a sus rivales, a los que fagocitó sin buscarlo. Eso concede aún más simbolismo a su victoria. A efectos contables maneja una amplísima ventaja, pero además el impacto de su victoria alcanzaron el extrarradio de la calculadora. Obtuvo alimento para la tranquilidad y la confianza. De paso, golpeó duro a la moral del resto, abrumados por el danés, que sigue hambriento. Vingegaard avisa para el Tour. No hace prisioneros.