Cuando se acabó la fuga, relajado el pelotón, destensado, los ojos más pendientes del paisaje que de la acción, abierta la carretera, de dos carriles, la cuneta mullida y el sol formidable en lo alto, chirrió el Dauphiné. Cuerpo a tierra. Se mezcló el grito de los frenos de disco y el tumulto del carbono hecho bola en la panza del grupo. La montonera como epítome de la calma. Un clásico.

Se enredó Mikel Landa, que no tocó el suelo por fortuna. Nunca se sabe dónde esperan las trampas del Tour, cuyo extrarradio alcanza varios días. El Tour es siempre, pero más aún cuando se acerca. La cuenta atrás está en marcha. Cualquier contratiempo penaliza y adquiere rango de categoría en la aproximación a la Grande Boucle.

Resopló Landa, calmadas las pulsaciones tras el susto. Alaphilippe, sonriente la víspera, se posó sobre la cuneta. El embrollo cortó la circulación. Se produjo un tapón y alguna herida menor. Jorgenson se revolcó en el suelo. Continuó. Solo Zeits abandonó.

Los que se libraron de la colisión por alcance, amainaron la marcha para recomponer la compostura. Apareció la Côte de Pinay y el tic nervioso se reprodujo de inmediato. Un acto reflejo, a modo de la respuesta de la rodilla al golpecito de martillo. El Ineos, el Jumbo, el Bahrain o el Bora se apresuraron.

Ocuparon los espacios. Groenewegen y Bennett, tufados en los días precedentes, se fijaron cerca de la cabeza para soñar con el dibujo de un esprint. Lo encontraron, pero en ocasiones, los mejores deseos ocultan aristas.  Tanto Bennett como Groenewegen, derrotados con autoridad por Laporte, fueron relegados por los comisarios por su actuación

La ensoñación de los velocistas puros acabó en pesadilla para ambos, superados por el formidable Christophe Laporte, que reforzó su estatus a la espera de la crono de este miércoles, en la que se descarta. Y se espera que eleven el periscopio quienes miran a la general del Dauphiné. "Sí, entiendo que lo perderé, ahora toca ayudar a Vingegaard”, vaticinó el líder sobre su casaca amarilla.

Cuarta victoria del curso

En Le Coteau, Laporte emergió con fuerza. Otra vez. El líder derrotó a los velocistas con la contundencia, determinación y la potencia de los más rápidos. El francés agigantó su figura y firmó su segunda victoria en tres días de competición, la cuarta en los once días que lleva compitiendo el presente curso.

Laporte, que coleccionó victorias en pruebas sin demasiado rango, ha sumado nueve en año y medio desde que se alineara con el método victorioso y abrasador del Jumbo, que no deja ni las migas y todavía Vingegaard no ha aparecido en escena. Desde su pase a la formación neerlandesa, la gran mayoría de los éxitos del francés son en citas de prestigio. El salto de Laporte es evidente.

La tensión tomó la carrera cuando los equipos que protegen a sus jefes se erizaron camino de Le Coteau. Adrenalina. Se le disparó a Alaphilippe cuando pinchó por segunda vez y perdió hilo con el pelotón, embalado. Lanzado hacia el esprint. Bennett y Groenewegen, dos velocistas reputados, se frotaban las manos.

Al fin una llegada nítida para sus características tras un par de jornadas sombreados, ahogados por la intensidad y la determinación. El escenario era ideal. Además, un par de caídas, redujeron el debate. El irlandés se acopló en la percha de su lazador.

El chasco de Bennett

El neerlandés tomó la referencia de Wright, que acariciaba a Bennett. Los velocistas puros estaban ensimismados con sus pares. Reconociéndose en la misma especie, la de los depredadores. Descartaron que hubiera una amenaza mayor que la suya. Se equivocaron de punta a punta. Despreciaron el peligro.

En el retrovisor, merodeaba Laporte, convertido en un excelso cazador desde que se acomodara en el Jumbo. El francés no perdonó. Guillotinó a todos, afiladísimas las garras. Se abrió paso entre la foresta y laminó a los velocistas. Afeitó a Bennett, Groenewegen y Wright para subrayar el amarillo del Dauphiné. Laporte no perdona.