En Benidorm aterrizó con toda su fanfarria y boato la Copa del Mundo de ciclocross, algo así como un Bienvenido, Mister Marshall con Van der Poel y Van Aert agitando la bandera del espectáculo. El público, los aficionados, –cerca de 15.000– se convirtieron en masa, muchedumbre vociferante y vibrante.

En un lugar sin tradición para el ciclocros, once años después de que la pisada de la Copa del Mundo dejara sin eco La Catedral, Igorre, brotó el festival de Benidorm de la especialidad.

La imagen tenía algo de anómala. El circuito, técnico, revirado y polvoriento, –"resbaladizo y peligroso", según confesó Van der Poel tras la victoria– no tenía ni un gramo de barro. Es lo que tiene el Mediterráneo al que le cantó Serrat.

En esa distopía, el arenal del trazado, donde los ciclistas trataban de encontrar el canalón, la trazada ideal y no caer por la precariedad del equilibrio, pertenecía a Tarragona. Quién sabe si en Benidorm no había arena suficiente para cubrir la zona, reforestada con arena catalana. Los vasos comunicantes del ciclismo son inescrutables.

Un duelo magnífico

El arenal sirvió para separar a Van der Poel y Van Aert unas briznas tras una pleito al límite, donde ambos se midieron pulgada a pulgada desde el comienzo. En ocasiones, episódicamente, en su partida entraban Iserbyt, Sweeck, que aseguró su victoria en la Copa del Mundo, o Pidcock, el primero en dispararse.

Lo intentaron a su manera en algunos momentos, pero Benidorm pertenecía a Van der Poel y Van Aert, dos ciclistas que se retan desde que eran apenas unos muchachos que soñaban con ser los mejores. Probablemente ambos han superado sus propias expectativas.

Benidorm era tierra conquistada por los Van Van. En los caminos revirados, de tierra y polvo, algunos escalones y tablones, siempre traicioneros, el neerlandés y el belga honraron al ciclocross y enfatizaron sus enormes capacidades con sus respectivos manuales de estilo.

Van der Poel, más efervescente, y Van Aert, más constante, se subrayaron, contundentes los dos estrellas. Dos neones surcando el trazado a toda velocidad. El neerlandés fustigó al belga en el meridiano de la prueba, cuando abría la arena sobre la bici, enérgico como un tractor, y Van Aert tenía que patear.

Marcando territorio

Se tenía que esforzar el belga en tapar el hueco. Más tarde fue Van Aert el que examinó a su riva, al que atosigó en los toboganes. El pulso era vibrante, en ocasiones, infartante. Igualados al extremo, a la última vuelta entraron mostrándose los codos, marcándose.

Se cerraron y maniobraron al límite, sobre todo, Van der Poel, conscientes ambos de que la recta final, escueta, no daba para un esprint puro ni para una remontada si se entraba a rebufo.

Van der Poel tomó la cabeza y decapitó a Van Aert, que no encontró la grieta para superar al neerlandés. Un palmo les separó en el festival de Benidorm.