¿Yo o el caos? Y la muchedumbre, la turba, bramó: ¡el caos!, ¡el caos!, ¡el caos! El Tour es un polvorín en el Macizo Central, territorio Comanche, carreteras de desesperación. Una traca final en el comienzo. El éxtasis. Solo transcurren unos palmos, recién abierta la compuerta del día, y se disparó a modo de un encierro el pelotón, frenético, alocado, demencial. Una avalancha de pulsiones y arrebatos enajenaron la carrera de tal modo que se impuso la anarquía, el desorden, el caos.

Pogacar, que es pura pasión y fuego, un dragón, escupió llamaradas para quemar a Vingegaard, el líder pálido, en el horno de Francia, donde la Once quiso derrocar a Miguel Indurain en 1995 con un ataque demente que dio la victoria Jalabert. Aquel día, 14 de julio, pusieron en jaque al rey. Indurain esquivó la asonada. Recién cumplidos los 58 años, el ciudadano Miguel cuenta cinco Tours. Aquel fue el último.

Vingegaard quiere iniciar la cuenta en los Campos Elíseos de París. En un revival, el danés, amante del orden, el rigor y la disciplina, domó a Pogacar, que desea la tercera corona y ama el desgobierno. Es el fundador del club de la lucha. Un rebelde con causa. Un muchacho que disfruta jugando. Un joven exuberante sin el metrónomo de los profesionales. Juego de niños.

Travieso, el esloveno se agitó varias veces para estresar a Vingegaard, para incomodarle, para atemorizarle y quebrar el orden del Jumbo. Le quería medir. Lo hizo a más de 180 kilómetros del aeródromo de Mende y en la cota final que les dejó en su diálogo. El debate es para el danés. Nadie más puja por el Tour. Thomas corre para no perder. Ahorrando. Pogacar es el derroche. Vingegaard, el riguroso contable. El esloveno buscó el cuerpo a cuerpo en una jornada crepitante. Abrasiva.

CAMBIO DE ESTILO

Aunque con el espíritu de combate intacto, Pogacar cambió de registro en la Côte de la Croix Neuve. Optó por un ataque duro, prolongado, rítmico y sostenido. Académico. Ortodoxo. Lejos del brutalismo y de los desgarros. Vingegaard le cauterizó. A cada pedalada profunda del esloveno, el danés contrapuso más molinillo. Distintos estilos, el mismo empate. Tablas en Mende, aunque el líder juega con blancas y blindó su fortaleza con el acero de la moral, el mejor alimento en escenarios tan cruentos.

En el baile a dos, pegados, no les separó ni un folio. Vingegaard comienza a escribir el dominio en el Tour. Pogacar no se quedará en blanco. Quiere el amarillo. Ambos accedieron a la meta un mundo después de Matthews, el mejor de la fuga. Brilló Bling-bling. También se iluminó el neón de Vingegaard, refractario a los fogonazos de Pogacar. El danés mantiene la misma renta con el esloveno y ganó un puñado de segundos sobre Thomas, Bardet y el resto. Además, llenó la despensa de la confianza. Le queda un día menos para París.

LOCURA DE INICIO

Vingegaard tuvo que despegar y espabilar en medio del tiroteo que todo lo alborotó en el amanecer. Un axioma del Tour dice que el esloveno no le va a dejar en paz. Es una misión. Un mandamiento. Le buscará en cada pulgada del Tour. Pogacar, inconformista, más si está obligado al remonte, es un ciclista al asalto pegado. Sin desmayo. La Côte de Saint-Just-Malmont era una explosión tras otra.

Una carga constante del eléctrico esloveno que quería desajustar al líder, electrocutarlo. Vingegaard se destempló en algunos instantes. Le arropó de inmediato Wout Van Aert, la nanny de Vingegaard, el cabeza de familia del Jumbo. Honrarás a tu padre. El belga, un gigante, es la toma de tierra de Vingegaard. Colosal y poderoso, Van Aert llevó de la mano al líder. No dejó que se perdiera en el pandemónium.

IMPERIAL VAN AERT

Le mimó. Sofocó la rebelión de Pogacar, siempre intrépido y contestatario. Vingegaard solo tuvo que subirse a su grupa, como esos pajarillos que viajan imperiales, en las alturas de un rinoceronte. Van Aert es una bestia en estampida. Metió en su bolsillo al líder y domesticó al salvaje Pogacar. En esas viñetas de psicosis, se disgregó el Jumbo, que pudo rehabilitarse una vez apresado el esloveno.

Después hizo una barrera en la carretera. La bloqueó hasta que llegara Roglic, relegado por los desgarros del comienzo. En ese estado natural de crudeza, sin leyes ni civilización, surgió una numerosa fuga. El equipo del líder levantó los hombros. Laissez faire, laissez passer. Una expresión francesa que significa, dejen hacer, dejen pasar.

UNA FUGA PARA GANAR

Louis Meintjes se alistó a una fuga que fue engordando la ventaja hasta ser grosera. El sudafricano avanzó hasta la séptima plaza de la general. En el extremo opuesto, Caleb Ewan se descolgó. Penó tan pronto que solo le quedó la supervivencia como estímulo. En realidad es el más poderoso aliciente. Al velocista le acompañaron varios de sus compañeros. Amigos en las alegrías y en las penas.

El coche escoba estaba a la espalda de Ewan. La odisea. El australiano buscaba su Ítaca. Cada uno tiene el suyo. En la Côte de la Fage, Kron, Matthews, Luisle y Grossschartner se erizaron para buscar el aterrizaje en Mende. A Kron le mordió la mala fortuna. Pinchazo. Deshojado. El resto de la fuga persiguió al trío.

El Jumbo atosigó. Apretó Roglic y comprimió Van Aert, de nuevo a escena. El belga, hercúleo, que vale como un pelotón entero, pastoreó el pelotón, sin pliegues grasos. Quedaron una veintena de dorsales. El líder, plegado entre Van Aert, Kuss y Kruijswijk. Pogacar, Thomas, Yates, Quintana, Gaudu…

AGONÍA EN LA COTA FINAL

En la  Côte de la Croix Neuve, una subida corta pero hosca, 3 kilómetros a 10,2% se arremolinó el sufrimiento, decorado el asfalto con una alfombra de pintura amarilla. Luisle y Grossschartner se abrieron. Sin oxígeno. Matthews pendía de un hilo. Se lo recortó Bettiol, que perseguía con furia. Emparejados en el sidecar de la agonía. Lucha mental. Se corría más allá de lo físico. El italiano le adelantó, pero no le remató. Matthews, en un ejercicio de resistencia extrema, fue capaz de volver desde el infierno.

La manilla del averno entre los favoritos la giró Kuss, que era el guía de Vingegaard. Al americano le despachó McNulty. Entró Majka, la lanzadera para Pogacar. El esloveno lució la cresta que es su mechón que sobresale entre rendijas del casco. La aleta de tiburón. Amenazante, dispuesto a dar bocados a la renta de Vingegaard.

El danés, sólido, una roca, no mostró ni un poro de debilidad. Si Pogacar quiere vencer a Vingegaard tendrá que dinamitarlo. El resto no cuenta en ese vis a vis. El líder, sereno, fuerte y seguro de sí mismo controló a Pogacar, que no podía deshacerse de la sombra amarilla. En la cima se miraron. Retadores. Nadie bajó la vista. El pulso continúa, pero sonríe al líder. Vingegaard es un muro.