El reloj vital de Julio Jiménez (28 de octubre de 1934) se ha parado a los 87 años de edad, víctima de un accidente de tráfico que le ha costado la vida. Allí pereció el hombre y nació la memoria de un ciclista de leyenda, de un excelso escalador. Julio Jiménez fue aprendiz de relojero, de ahí su apodo, El relojero de Ávila, antes de agarrar las manecillas del ciclismo.

Julito fue una figura trascendental para entender la década de los 60, donde brilló con intensidad el abulense, que colgó la bici en 1969. Su huella la dejó en las montañas, donde volaba libre. Era reo del reloj. Las luchas contra el crono le alejaron de cotas mayores. Su capacidad y facilidad para la escalada le convirtieron en un ciclista temible cuando la carretera se yergue y orgullosa busca la verticalidad.

Jiménez supo entender el lenguaje de las montañas, que abrazaban su cuerpo ligero, alado, y su tenacidad. Solo así puede enmarcarse su victoria sobre Anquetil y Poulidor en el Puy de Dôme, uno de los mitos del Tour de Francia. En la carrera francesa, Jiménez dominó las cumbres. Monarca.

REY DE LA MONTAÑA

Logró el maillot del Rey de la montaña en 1965, 1966 y 1967. Nadie podía con él cuando se trataba de pelearse con las nubes, de rascar las tripas del cielo. En 1967, El Relojero de Ávila obtuvo la segunda plaza del Tour. Le superó el francés Roger Pingeón. Jiménez fue cuarto en el Giro de 1966 y quinto en la Vuelta del 1965.

En su palmarés, donde también lucen tres victorias de la Subida a Urkiola y una de la Subida a Arrate, Jiménez amasó cinco victorias de etapas en el Tour de Francia, cuatro en el Giro de Italia y tres en la Vuelta a España.

Es el quinto ciclista español con más triunfos de etapa en las tres grandes tras Miguel Poblet, Alejandro Valverde, José Manuel Fuente El Tarangu y El TaranguPurito. Al igual que en la Grande Boucle, Jiménez sobresalió entre las cumbres de la Vuelta. Dominó las cimas. Las domesticó. Vistió en tres ocasiones el maillot del Rey de la montaña. Lo conquistó en 1963, 1964 y 1965.

UN ESCALADOR DE ÉPOCA

Jiménez se inició en el ciclismo en los ratos libres que le dejaba el estudio de los engranajes del reloj. Trabajaba en la tienda de su primo. No tardó en destacar pero se profesionalizó a los 25 años después de ofrecerse a varios equipos. Le costó encontrar un dorsal profesional. A las carreras le llevaba su primo, el relojero, en moto. Bici al hombro y a correr. Tiempos duros. Eso no frenó a Julito.

Debutó en el equipo Bilbao-Goyoaga en 1959. A partir de ese instante creció en paralelo a las montañas, el sitio de su recreo. Jiménez era feliz subiendo. Y poderoso, un portento. En 1962, enrolado en el Faema, se hizo con el Campeonato de España de Montaña.

Para lograrlo, Jiménez tuvo que medirse con el dominante equipo KAS. Solo ante el peligro. El relojero de Ávila pudo con todos. Arrancó de salida y los rivales desfallecieron a la estela de Julito. Un diminutivo para un gigante. Las paradojas.

"Al final me vi solo, casi sin querer, y gané", dijo entonces. Esa exhibición provocó que dos años después, Dalmacio Langarica, director del KAS, reclutara a Jiménez. Langarica situó al escalador en el mejor escaparate posible, bajo el rutilante rey sol del ciclismo: el Tour.

DEBUT RUTILANTE EN EL TOUR

Debutó Jiménez en la carrera francesa con 29 años, en 1964. Le dio igual. Logró dos etapas, en Andorra y en el Puy de Dôme, donde se inmortalizó el duelo hombro con hombro entre Anquetil y Poulidor. Una imagen icónica. Julitor. Tras demostrar su impecable capacidad para la escalada, Jacques Anquetil, el gran campeón francés, lo quiso para su formación.

Ambos entablaron una gran amistad. Se entendieron de maravilla hasta el fallecimiento del francés, en 1987. En la escuadra de Anquetil, Jiménez se lució en el Giro de 1966. Vistió la maglia rosa durante diez jornadas y venció dos etapas. Sin embargo, no calculó bien las fuerzas y sucumbió. Se quedó fuera del podio. En la Vuelta de 1965 pudo con él el reloj. Ahora, el suyo se ha parado. La memoria le dará cuerda.