ya está aquí el Tour. Llega con el verano y como llega el verano, cargado de promesas, emociones nuevas y descubrimientos, pero también con la esperanza de volver a la certeza, a la repetición de los placeres, al reencuentro con los oasis donde fuimos felices. Y por eso se funde con nuestra propia biografía, nuestra sed de aventura, nuestra vida aún curiosa y no rendida que, a pesar de todos los golpes y derrotas que cada año nos arroja la vida, se renuevan, se redimen en cada estío con sueños y una nueva cuenta a cero. Y en esto radica gran parte del éxito popular del Tour, en darnos una prórroga para aquellos niños que fuimos, para volver a la ingenuidad, a las hazañas puras que alientan toda alma infantil. A través de otros héroes somos nosotros, somos ellos de verdad al reconocernos en el pasado que fuimos; y lo somos de forma verosímil al imaginarnos como ellos, al soñar con otro destino a nuestra vida, que en algún cruce equivocó el camino, donde nos faltó la fuerza, las cualidades, la convicción. Pero ahora somos ellos, y somos en ellos nosotros, nos reencontramos con lo mejor que tenemos como memoria y como sueño. También es el momento de la emulación. Esperemos que este Tour sólo nos depare un territorio de combate deportivo, limpio, sin otros contaminantes. Si es así, veremos a los más jóvenes imitar a los campeones, y al hacerlo, también se descubrirán. Recuerdo mi caso. Partía con mi bici naranja, como la Motobecane de Ocaña, como la de Merckx, por la ruta del Urumea, algunos días con niki blanco, si la tarde era anodina; los especiales con niki amarillo. Entonces me sentía como el líder análogo, y pedaleaba con más pundonor y fuerza. Emulaba al Tour y al hacerlo reconocía mi terreno. Si era escalador, o se me daba bien la contrarreloj. Ésa es la verdadera cantera del ciclismo popular.
En estos momentos del arranque, todo aficionado se pregunta a qué tipo de Tour asistiremos. Uno frío, calculador, caracterizado por la guerra de posiciones (Gramsci dixit), o aquel más nervioso gobernado por una guerra de movimientos, al ataque. Y aunque para el espectáculo suene mejor la música de este último, eso no es del todo seguro. Las grandes gestas, las que se recuerdan en el libro de oro, las de los grandes campeones destrozando a sus adversarios [(Coppi, Merckx, Hinault, Indurain, Armstrong (¡perdón!), Froome)], han sido protagonizadas en los Tours más fríos, donde su soberanía estaba asegurada y donde por algún motivo clasificatorio, ante algún accidente que los había perjudicado, cuestionados por alguna circunstancia, necesitaban reivindicarse como campeones, necesitaban de la plasmación hercúlea de su superioridad. Al contrario, en los Tours más abiertos, las clasificaciones se jugaban en poco tiempo y, a pesar la intensa emoción, no veíamos las epopeyas que uno siempre desea. Son los años donde las hegemonías se han resquebrajado y en las grietas se cuelan nuevos vencedores, ocasionales, como Zoetemelk, Ocaña, Van Impe, Thevenet, Sastre, etc. Ojalá aparezca este año la rendija por donde se cuele nuestro Landa.
El recorrido ofrece los ingredientes clásicos: llano en los primeros días, sobre carreteras estrechas que tensan la carrera, Pirineos y Alpes equilibrados, duros; a los que se añade este año un ingrediente picante, como un guiño a uno de los monumentos del ciclismo, proponiéndose una etapa sobre el pavés de Roubaix. Y en el medio de la etapa número 10, la ascensión, por primera vez, al Plateau de Glières. No estoy seguro de si la organización ha incluido por criterios estrictamente deportivos esta dura subida de ocho kilómetros, de los cuales seis tienen una pendiente media del 11 %, sobre una pista forestal sin asfaltar, o si también tiene un componente de homenaje a la Resistencia. En su cumbre, un monumento en forma de V rota conmemora la lucha que en aquellos parajes libró la Resistencia contra las tropas alemanas, que al no poder derrotarlos, ordenó a la Wehrmacht que los bombardeara. Lo recordaremos mejor en su momento, pero una gran parte de aquellos resistentes eran guerrilleros españoles antifranquistas que formaban parte del Estado Mayor de la Resistencia de la Alta Saboya, y allí, en aquella cima, dejaron su vida más de 200 de ellos. Como desde allí mismo les dedicó su poema José Ángel Valente:
No reivindicaron
más privilegio que el de morir
para que el aire fuese
más libre en las alturas
y los hombres más libres.
Ahora yacen
con su nombre o anónimos,
al pie de Glières y ante la roca pura
que presenció su sacrificio.
Hombres
de España entre los muertos
de la Alta Saboya:
ellos lucharon por su luz visible,
su solar o sus hijos, mas vosotros
sólo por la esperanza.
Los ruidos del pelotón, los jadeos de los hombres, los tubulares a nueve kilos de presión que silban al viento, o el nuevo carbono de los cuadros que cruje y gruñe como una vieja madera; compondrán, al pasar por la cima, una canción de homenaje a los guerrilleros de Glières, y ojalá Mikel Landa sea ese día el mejor músico. El Tour ha comenzado.