Donostia - “Esto es el Tour”, sostiene el acervo popular para condensar todo que ocurrió en el amanecer de la Grande Boucle, convertida la carrera en una página de sucesos extraordinarios en un final frenético, trepidante, repleto de incidentes. Enmarañado el pelotón en el caos que provoca la primera semana, un compendio de miedo, tensión, nervios, velocidad y sorpresas. Histeria colectiva sobre un campo de minas. “Ha sido un desastre y una catástrofe; después de estar controlando tres cuartas partes de la etapa, al final han aparecido los nervios y han llegado las caídas”, describió Mikel Landa tras salvar el gaznate de la guillotina que cayó sobre Froome y su compañero Nairo Quintana. Los dos perdieron foco, borrosos ante el fotomatón, en el que Landa pudo sonreír. El de Murgia parte con ventaja desde el chasquido inicial, que situó a Fernando Gaviria, vencedor al sprint, como primer líder de la carrera. “Es un sueño”, exclamó el velocista en su debut en el Tour. Gaviria es el segundo colombiano en la historia tras Víctor Hugo Peña, en vestirse de amarillo.

Froome, que no es el líder, pero sí el patrón de la carrera, se cayó, rebozado en la hierba, y perdió 51 segundos. Quintana rompió las dos ruedas y se quedó varado, a 3, 5 kilómetros de meta, sin ningún compañero que le lanzara un cabo con la carrera al galope. El colombiano parecía un autoestopista sosteniendo un cartel con destino a ninguna parte. Quintana observó a Froome, que apresurado y agobiado tras la caída, le dejaba atrás. Quintana perdió 1:15 en meta. Richie Porte y Adam Yates, que rastreaban al británico con microscopio, también perdieron pie. De tan cerca que iban de Froome llegaron juntos, con el mismo retraso. “Estaba muy nervioso con aquella situación tan caótica, pero Quintana ha perdido más que yo. Froome y Yates estaban allí involucrados. Esto es el Tour”, resolvía Porte, que se despidió del pasado Tour en ambulancia. En Fontenay-le-Comte le entablilló el discurso de la resignación. El mismo que ondeó Quintana. “Así son las cosas, hay que seguir adelante. El único consuelo que queda es que Froome también ha perdido tiempo”, expuso. Nadie puede con el Tour, una carrera que se rige sin miramientos. Bien lo sabe Froome. “Estábamos rodando de una manera caótica con algunos de los velocistas por esa zona, pero esto es una carrera de bicicletas. Salí disparado a la cuneta, a la hierba. Estaba bien colocado, pero... Esto es parte del juego. Estoy contento por no haber resultado herido. Hay mucho camino por recorrer antes de París”, dijo.

Los Campos Elíseos quedan lejos, pero todos ellos se apelmazaron en la derrota por detrás del alivio de Mikel Landa, Valverde, Dumoulin, Urán, Roglic y Nibali, que suspiraron, aliviados, en un día que tenía un aire rutinario, incluso de desidia, y acabó con el Tour patas arriba en apenas cinco kilómetros enrevesados. El de Murgia, que estrena pechera de general en el Movistar, supo manejarse en el laberinto, donde la fortuna también intercede. “Es la primera etapa y todavía quedan muchas por delante. Hoy le ha tocado a unos y mañana le tocará a otros”, decía Landa. Otros se encontraron de frente con el Minotauro. Landa pudo esquivarlo para dar con la puerta de emergencia a tiempo. Evitó el incendio entre las llamaradas que provocó un desenlace con aspecto de polvorín en Fontenay-le-Comte. Saltó la chispa y el acelerante del Tour hizo el resto.

No quería coincidir el Tour con el Mundial por eso de los derechos de televisión y el share, así que madrugó el pelotón, formado de buena mañana en la isla de Noirmoutier. Aún no se sabía, pero fue el anuncio de un naufragio. Desde la ínsula se aventuraron Ledanois, Cousin y Offredo para cumplir con la liturgia de la escapada mientras silbaba el resto, hamacado. El Sky mostrando la cresta. Transcurría la jornada bajo el sol de julio y la cuneta animosa, saludando a los ciclistas. A Froome nadie le hizo un reproche en la salida, pero en la llegada, al autobús del Sky le esperaba el abucheo. Durante el recorrido hubo más de uno que le pedía que se fuera a casa, que no era bienvenido. Todo seguía cierto orden, con los peones los de sprinters gestionando el ritmo, que se disparó a medida que se olía el epílogo. Ladanois, Cousin y Offredo eran historia. El sistema nervioso se desbocó.

supervivencia El Tour tiene aspecto de tormento para Froome, al que el destino, caprichoso, zarandeó en una curva. El británico limaba por el perfil de la curva y se fue a la cuneta de un modo extraño, como si le agarrara la tierra para recordarle que es terrenal y que el quinto Tour que pretende será un ejercicio de supervivencia. Se manchó el costado derecho. Polvo y paja. Se puso de pie, agarró la bicicleta, y reanudó la marcha a la carrera. Lo hizo rápido, pero para entonces, el pelotón, sin bridas, volaba. Froome inició una persecución endemoniada y febril. Se le escapaba el Tour, que no espera a nadie, que no atiende a nada que no sea el aquí y el ahora. Por delante se armaba el sprint que resolvió Gaviria. En ese grupo se cobijó Mikel Landa. Froome no pudo cicatrizar le costurón a pesar de aplicarse con la cirugía de urgencia. El Sky estaba desperdigado. A Quintana le fue peor. Se quedó cojo. Sin ruedas. Pedaleando en el aire. No solo se alejó más de Froome, sino que además se colocó varios palmos por debajo de Landa, sonriente en el Tour que revuelca a Froome.