donostia - En un Giro tan extraño que sitúa la frontera italiana en Israel por los caprichos del Monopoly, hasta los velocistas no parecen serlo. O no lo son tanto. En el Giro se agolpan hombres con mecha, pero sin la carga de dinamita que se espera. En la Corsa rosa asoman tipos rápidos, pero no rayos, porque los más centelleantes esprinters del cosmos ciclista se olvidaron de Italia para mostrar su repertorio. Su locuacidad en asuntos veloces la hipotecan al Tour. La carrera francesa todo lo atrae. Es un imán imbatible. Posee la Grande boucle la capacidad succionadora de los agujeros negros. Dispersados los más rápidos del cartel en otros frentes, al Giro le cuelgan los flecos de los esprinters, velocistas sin tanto turbo, pero igualmente afilados por la sed de triunfo. El Giro es un escaparate formidable, más si cabe para velocistas secundarios que saben que la carrera italiana les otorgará relumbrón en la hoja de servicios. Quien mejor lo entendió fue Elia Viviani (Quick-Step). El italiano, que pasó la mañana nervioso porque se sabía el más apto, descerrajó el triunfo con un disparo certero que batió a Mareczko (Wilier) y Sam Bennett (Bora). De la rueda del irlandés saltó a la espalda de Marezcko para dejarles con el pasmo como recuerdo de Tel Aviv, que agitaba los brazos, excitadísima la urbe por la novedad del Giro, que cambió de líder. Rohan Dennis luce ahora el rosa tras rebañar tres segundos en un esprint intermedio, a varias manzanas de Tel Aviv.
En la ciudad hebrea la jerarquía fue escasa y el revuelo considerable. Hubo anarquía y cierto aire de turba a la búsqueda de una asalto. Se apilaron los nervios, la tensión y la algarabía en un país que el día de descanso judío se lanzó a la carretera a gritar, aplaudir, agitar banderas y festejar la fiesta. Estaba de picnic Israel, entusiasmado ante el ajetreo del Giro, con ese aspecto de carnaval por el colorido y por el escaso orden de un final que parecían todos los finales porque muchos imaginaban el suyo. Como en las tómbolas donde todos sueñan con el gran premio y se llevan, con suerte, un peluche fardón hasta que uno se cansa de él y lo tira en una papelera. Si la noche va bien se lo da algún niño. Ese espíritu revoltoso y caótico agarró un esprint sin camerinos ni luces de Broadway. Nadie entre los esprinters disponía de una puerta con su nombre y su apellido escrito en letras doradas. Si acaso, algún destello de tonos plata.
En esa división de segundos, destacaron los galones de Elia Viviani, que en 2015 venció en Génova. Entonces corría para el Sky. El italiano se subió en un cohete desde la lanzadera del Quick-Step, ahora supeditado a Gaviria y que también fue el cañón para Kittel. Los belgas construyen sólidos trenes, rápidos y que no descarrilan. Cuando la tarde en Tel Aviv olía a las flores de meta de un día de feria, emergió el Quick-Step, superlativo, en el momento exacto. Hasta ese momento no se le alteró el biorritmo a la escuadra belga porque se mecen en la adrenalina. La muchachada del Quick-Step continuó deshojando los últimos kilómetros por las calles de la ciudad, un embudo después de un día a campo abierto, en autovía de cuatro carriles y un millar de bostezos. Antes de que brotara Stybar, se desgañitó el Education First, el Lotto NL, el Bora, todos con mariposas en el estómago. Hasta que aleteó enérgica la colonia del Quick-Step. De la crisálida nació el triunfo de Viviani.
dennis rasca el liderato En otro esprint, kilómetros antes, la Mariposa de Maastricht, Dumoulin, perdió el color rosa de sus alas. El liderato anidó en Rohan Dennis, que birló tres segundos en un esprint especial. Esa ventaja le dio un segundo de ventaja sobre el holandés en la general. El australiano, que fue segundo en la crono de apertura del Giro, se ganó la recompensa de posar en el podio con la maglia rosa. Hasta ese punto, el discurso fue el habitual. Una escapada sin peligro alguno con Ballerini, Boivin y Ytting Bak ganándose planos de televisión para la oficina de turismo de Israel. Su aventura la chafó el exceso de celo del BMC, que tenía otros planes, coronar a Rohan Dennis. Una vez que supieron que el australiano era el nuevo líder, Boivin (Israel Cycling) acumuló las últimas postales para el recuerdo.
La romería concluyó cuando el skyline de Tel Aviv se perfilaba en un día soleado, caluroso y las voces de los aficionados sonaban a ruido de fondo. Tomó temperatura el pelotón, que impuso el paso marcial. El Sky protegía a Froome, el Sunweb a Dumoulin, el Astana a Miguel Ángel López, Emirates a Aru y así todos los que tenían algo que mimar. A ese carruaje se sumaron los corceles de los equipos de los velocistas que dispusieron un desenlace abierto, con el bamboleo propio de las verbenas que suelen acabar con un agarrado. Se apretujaron en la recta definitiva, Viviani, Marezcko y Bennett. El italiano bizqueó por un momento y calibró el arranque de Marezcko tras deshacerse de la sombra de Bennet. Más rápido que nadie discurrió. Vencedor en el día de fiesta, recogimiento y oración para los judíos. Viviani no descansó en el Shabat. No era para él.