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Froome, en bucle

El líder se fortalece aún más en el primer asalto en los Alpes, donde vence Ilnur Zakarin, Nairo Quintana vuelve a ceder y un notable Yates se acerca a la segunda plaza de Mollema

Froome, en bucleFoto: Efe

donostia - Mira Quintana al resto y los otros, esa nebulosa de Mollema, Yates y Porte, observan a Quintana. En esa vida esperando respira el Tour, como Josef K., el personaje que escribió Kafka en El proceso. En la novela, Josef K. agoniza durante la espera en su pretensión de atravesar la puerta de la Ley, una estancia solo reservada para él, aunque él no lo sabe hasta que se le escapa la vida. A Nairo Quintana se le escurre el Tour, girando y girando. De ese absurdo surgen las puertas de los Alpes, las bisagras que pueden hacer girar la carrera o dejarla en el mismo lugar como esas puertas giratorias de los hoteles. Puertas lúdicas como un tiovivo que se mueve en círculos, pero sin luces ni música de organillo, que siempre otorgan cierto encanto a girar como una peonza. El Tour rueda pero no se mueve. Enfila hacia París en un déjà vu. La espiral de Froome. El británico colocó en Suiza otra baldosa más en la acera que le lleva a la avenida de los Campos Elíseos después de hacer huella en los Alpes y destemplar a Nairo Quintana, recluido en su escasez, en su vacío existencial, un poco como Josef K. en laberinto de sí mismo. El colombiano, vacío, desprendido, cedió medio minuto más respecto a Froome, que también penalizó a Yates y Mollema, más lejos aún del planeta Froomey. El colombiano no solo fue descartado por el líder, también fue deformado por Yates y Porte, que llegó de la mano de Froome a Finhaut-Emosson, cumbre que holló Ilnur Zakarin, el mejor de los fugados. “Nunca es fácil aunque lo parezca, pero creo que me siento mejor que el año pasado en la tercera semana”, reparó el británico, dueño del Tour.

El líder maneja los hilos del teatro de marionetas que es la carrera francesa, hueca de cualquier pulsión o arrebato, una visión que se repite una y otra vez. Domina Froome la carrera de oeste a este, de Francia a Suiza, sólido como el macizo del Mont Blanc, cubierto en julio con el traje de novia blanco de la nieve. El esmoquin de Froome es amarillo y camina con él bien atado, mientras los demás ventilan sus pecheras de la canícula. Transita el británico con seguridad y parsimonia, engastado por sus soldados, los leales y formidables chicos del Sky, un tren de cremallera que salva todos los desniveles sin chirriar. No existe racaneo en el equipo británico, atiborrado de estrellas a la sombra del sol de Froome. Así, midiendo esto y lo otro y tal vez aquello, el Sky abrasó al resto en una entrega de folletín. El Astana, que luego dislocó a Aru, quiso mostrar la cresta. Se desconoce cuál era la idea de los kazajos. Si acaso el orgullo y la valentía para sostener una bandera con demasiado mástil y escasa tela.

El Astana, por aquello de la hoguera de las vanidades, montó una pira para quemar al Sky, que entregó algunas piezas. Mikel Landa, que picó piedra alpina, y Henao perdieron pie. A los británicos aún les sobraba reparto a pesar de que Geraint Thomas se había hecho a un lado un rato antes. En Finhaut-Emosson, Nibali y Diego Rosa -que el próximo año será otro cromo rutilante del álbum del Sky- lanzaron los cohetes. Ruido para el despegue de Aru, que nunca se produjo. Un chasco. Después de la minería de sus colegas, el sardo se quedó pasmado, sin respuesta. Ni una frase que llevarse a la boca. Poels, siempre Poels, le observaba tratando de entender qué pretendía. Probablemente Aru tampoco lo sabía. Así que arrugó los hombros y se acurrucó en el grupo de favoritos, en el que Valverde quiso brotar. Su cambio de ritmo se diluyó de inmediato. Después, el murciano se descascarilló. Fuera de plano. Otro dorsal tachado.

El Movistar, cojo tras la baja de Herrada y la caída de Gorka Izagirre en el inicio de la etapa -el de Ormaiztegi tuvo que abandonar tras un golpetazo en el costado derecho-, se quedó en los huesos. Quintana, desubicado, lejos de su mejor versión, no poseía pértiga para superar el muro negro del Sky. Decidió camuflarse en la espesura junto a Yates, Porte, Mollema y Bardet. Todos continuaban el paso que dictaba Mikel Nieve, otra vez extraordinario el leitzarra. Nieve y Poels pastoreaban las órdenes de Froome, silbando entre el gentío, los cencerros que musicaban la subida y los prados verdes.

porte abre gas Froome reinaba en un paraje bucólico y pastoril. Anestesiante. El hipnótico balanceo del Sky, que enterró a Van Garderen en Forclaz -el norteamericano abrumado se quedó deshabitado como el pasado año-, fue quemando grasa. Para entonces, el Astana se había desdentado. Solo Aru sostenía una mueca. Quintana había perdido a Valverde, ahogado por la corbata británica. Yates, el joven que ha enraizado en la cornisa del Tour, Mollema y Porte, realizaban sus cálculos. Nadie miraba a Froome y el británico solo atiende a los designios de su potenciómetro. Es su oráculo. Concentrado, tácticamente irreprochable, dejó hacer a Poels hasta que Porte, que fuera su gregario preferido antes de emanciparse en el BMC, se agitó. El australiano pelea por alcanzar el podio después de que un pinchazo le penalizara en Cherburgo. Desde entonces corre con las tijeras afiladas.

Nairo trató de seguirle pero se estampó en la impotencia. Quintana no tiene filo. Froome envió a Poels a su encuentro. Era su anuncio. El holandés abrió la puerta y Froome se ató a Porte. El australiano no mostró ni un signo de rebeldía. Aceptó con sumisión a su acompañante y pedaleó para herir al resto. A su espalda, Quintana consumió su escasa llama. Asumió su claudicación el colombiano, desajustado con el segundo chasquido de Froome. Rodilla a tierra. Yates, el inglés que llega -el chico que quiso David Brailsford pero que no pudo reclutar para la causa porque se lo arrebató el Orica-, se deslizó para acercarse a la segunda plaza de un Mollema sufriente, quien a cabezazos sobrevivía para aferrarse a lo que ha ganado hasta ahora. Zakarin celebró su gran día. Froome recortó otra jornada para París. Inaccesible para el resto, el británico ha puesto en marcha una cuenta atrás que parece inevitable. Froome, en bucle.