salamanca. De momento, pese a esfuerzos como los de la tesis de Arturo Casado, campeón de Europa de 1.500, por derribar las teorías genéticas que explican y justifican el dominio de los atletas kenianos en las pruebas de fondo, nada, o poco, ha cambiado. En Daegu, los Mundiales de atletismo coreanos que se disputan estos días, las fondistas del famoso valle del Rift se colgaron las seis primeras medallas, las tres del maratón y las tres del 10.000, enésima prueba de una superioridad sin límites. No hay color que no sea el de los kenianos en las carreras de larga distancia, lo que hace preguntarse a muchos por qué, siendo eso así, no triunfan en el ciclismo, deporte de fondo por antonomasia.
La respuesta cree tenerla Chris Froome, el keniano blanco que el otro día en La Covatilla descuartizó el pelotón cuando se lo ordenó Bradley Wiggins, su jefe en el Sky, y ayer se vistió de líder tras ser segundo en la crono de Salamanca. Froome, que a diferencia de Casado no tiene tanto interés en el asunto como para pasarse semanas entrenando en el valle del Rift junto a los atletas negros para desarrollar su tesis doctoral, se basa en su propia experiencia para explicar por qué sus paisanos solo corren a pie. Es, simplifica, una cuestión material. Correr se puede correr descalzo; una bicicleta es un artículo de lujo. "Una bicicleta es algo que ningún keniano puede regalar a sus hijos. También es por eso por lo que eligen el atletismo. Es una lástima porque el talento está ahí esperando para ser destapado. Pero promover el ciclismo allí es difícil", dice Froome. "Yo, simplemente, tuve la suerte de tener una bici cuando era niño".
La teoría del ciclista del Sky, sin ser pretenciosa, concuerda en cierto modo con la de Casado, que habla de que los hábitos desde la niñez, y no los genes como se ha dicho siempre, hacen kenianos, fondistas, a los kenianos. Por eso, quizás, sea Froome ciclista y, también, fondista. Mientras los demás se movían a pie, que es gratis, Froome recorría en bicicleta los suburbios de Nairobi. Allí nació. Sus padres eran kenianos de antepasados británicos y vida acomodada. Por eso, él tenía una bicicleta. Una mountain bike. Su tesoro. "Fue mi primer medio de transporte. Fuera donde fuera, iba en mi bicicleta. De hecho, vivía sobre ella", rememora. Pero era un juego, no una manera de vivir. Siendo aún adolescente, sus padres se trasladaron a Sudáfrica, cuya tradición ciclista está más extendida. "Fue donde vi que el ciclismo era un verdadero deporte. Allí empecé a correr y fui subiendo los peldaños uno por uno. De hecho, en Sudáfrica piensan que soy uno de ellos".
La primera carrera, sin embargo, la corrió y la ganó en Kenia. "Pero en mi país de origen no soy una persona conocida, salvo en la comunidad ciclista, que no es muy numerosa. En Nairobi hay tres o cuatro carreras al año, no hay estructuras y solo algunos ciclistas que intentan salir adelante", abunda el ciclista del Sky.
Dos especialidades
La montaña y las cronos largas
En Sudáfrica fue donde Froome se hizo ciclista. Aparcó la vieja mountain bike sobre la que descubrió los suburbios de Nairobi y se pasó a la carretera. De aficionados entrenaba con Robert Hunter, el sprinter sudafricano que entonces corría en el Barloworld. Hunter habló del chaval en el equipo y acabaron fichándolo. En 2008 corrió el Tour que salía de Londres. Había adoptado la nacionalidad británica y era el gregario inglés del colombiano Mauricio Soler. "Mis raíces son kenianas", explicaba entonces a quien se lo preguntaba, "mi forma de ser es keniana, pero no soy el primer keniano que corre el Tour de Francia. Digamos que soy el primer ciclista de Kenia que lo hace". Y el primer africano que se viste de líder en una grande. "No sé si eso es correcto. Tengo pasaporte británico y todo lo que he conseguido como ciclista lo he hecho con esa nacionalidad", dijo ayer.
Ahora corre en el Sky. El equipo de los ingleses. Tiene esa pinta: blanco nuclear, pálido, de piel sonrosada cuando pega el sol, ojos azules y cabello rubio. Pero en el fondo, Froome es keniano. Su especialidad son las cronos largas y la montaña. Es un ciclista de aliento largo. Como los chicos del valle del Rift. Le van las vueltas grandes. Las de tres semanas. "Mis piernas necesitan tiempo para entrar en acción. No soy un ciclista rápido, de etapas cortas", asegura. Es fondista. Ahora le quedan dos semanas largas y duras para demostrarlo. "Los planes nunca fueron estos", dice; "y ahora tengo problemas, deportivos, porque será difícil resistir de líder todo lo que queda, que es mucho y también duro".