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Los chicos de Contador

Los componentes del Astana llevan desde el principio de la temporada asimilando la dinámica para arropar en la ronda gala al ciclista madrileño, el líder por el que están dispuestos "a dejarnos la piel".

¡acción! Arranca el show Armstrong en Rotterdam, bajo un sol de justicia, en una terraza de cemento sobre el Mar del Norte. El paseo del autobús hasta la salida es un espectáculo colosal. Pisa el americano el suelo, la luz le ciega, dispara unas palabras por aquí, otras por allá, sonríe a quien le place, de manera selectiva, el casco, las gafas, se sube a la bicicleta... El público le jalea. Aunque no le vean, intuyen que va en el centro de la nube de histéricos que le rodea. Muchos, periodistas. No pasa nada. No hay peligro. Nadie sobrepasa el límite. Y que lo intenten. Cuatro Policías salvaguardan la integridad del texano. Le abren paso y le cubren las espaldas montados en bicicletas. Uno de ellos es un viejo conocido: Edwin Ballarta. Su presencia es abrumadora. De rasgos asiáticos debido a su ascendencia filipina, cinturón negro en varias disciplinas de artes marciales y encargado de la seguridad de George Bush Jr. durante años, Ballarta ha vuelto al servicio de Armstrong, como en aquellos años maravillosos del US Postal y el Discovery Channel. Al texano le dejan en la salida y Ballarta acaba la primera parte de su trabajo. Se va a meta y espera al boss. Durante ese tiempo, el americano no está desprotegido. En carrera le rodean fieras. Son los muchachos de Armstrong: Leipheimer, Kloden, Horner, Popovych, Paulinho… Tipos duros, con oficio. Una guardia temible.

El mismo trayecto que Armstrong, del autobús a la salida, lo cubren los otros 196 ciclistas -falta Cardoso, que abandonó tras la espeluznante caída del prólogo- que siguen en pie en el Tour. Entre ellos Alberto Contador, al que vitorean, claro, al que agasajan, al que tratan de robar una foto, un autógrafo, una palabra. Algo. Cualquier cosa. Al bicampeón del Tour no le rodea ningún suntuoso dispositivo de seguridad. Está su hermano por ahí, Jacinto Vidarte por allá, algún director, Faustino, el mecánico que le acompaña siempre… Así, desde la humildad que alaba Giuseppe Martinelli, su director ahora, como antes lo fue de Marco Pantani, construye Contador su propio personaje. Y en la salida, a solas ya con la flaca, el de Pinto mira a su alrededor y ve a sus chicos, a Vinokourov, a Grivko, a Iglinsky, a Tiralongo, pero sobre todo a Noval, a Jesús Hernández, a Dani Navarro, a De la Fuente. El Astana, su equipo, le rodea. Menos poderoso que el que le arropó el año pasado, de apariencia más enclenque, frágil, una debilidad en la que sustentan sus rivales, Armstrong mismo, la posibilidad de que ese chico que lo gana todo pueda no ganar el Tour.

"Hay que ser realistas", concede Jesús Hernández, amigo del alma de Contador; "por nombres, el equipo del año pasado, el mismo RadioShack de este año, es más poderoso. Pero nosotros tenemos algo que ellos no tenían en el pasado Tour: una predisposición terrible para dejarnos la piel por Alberto. Le vamos a echar cojones, y eso compensa la supuesta superioridad de otros bloques".

El sentimiento no es improvisado, no es exclusivo de julio. El Astana que desarmaron Bruyneel y Armstrong para montar el nuevo RadioShack está hecho con premura, a destiempo, con retales de lo que quedaba en el mercado cuando la temporada hacía tiempo que había cerrado la persiana, pero también con el requisito indispensable de que cada corredor que vistiese ese maillot celeste lo haría interiorizando un sentimiento de servidumbre ineludible hacia Contador, el líder único. "Desde la primera carrera, en Algarve, empezamos a coger los hábitos propios de un equipo que se debe a un corredor. Salíamos a ganar con Alberto. Y Alberto ganaba, pero lo más importante era que nosotros entrábamos en la dinámica de arroparle. Hemos ido aprendiendo poco a poco a hacer ese trabajo", aclara Hernández.

"Y en Dauphiné, justo antes de empezar el Tour, demostramos que éramos el mejor equipo", abunda Dani Navarro, que ganó una etapa de montaña en esa carrera, en los Alpes, tras recibir el permiso de Contador para luchar por ella; "el último día, en el circuito de Sallanches, cuando apenas quedaban 30 tíos en el grupo, nuestro equipo estaba entero". "Nos llegan los comentarios que se extienden sobre nosotros, pero no nos afecta. Estamos a lo nuestro, que es arropar a Alberto en lo que podamos. Ya se verá lo que pasa. La gente habla y habla, pero hasta que esto se ponga en marcha y se vea…", reclama prudencia y respeto David de la Fuente, el escalador cántabro que junto a Dani Navarro, Jesús Hernández y Tiralongo, espera con ansia que llegue la montaña, su terreno. Y el de Contador.

"Pero antes", alerta Benjamín Noval "está la primera semana, en la que la gente dice que somos más vulnerables". "Es cierto que aquí se puede perder el Tour, pero no sólo nosotros, sino todos. Hay tensión y la sentimos. Pero Alberto nos da confianza. Y entonces encontramos el tesón necesario para trabajar", sostiene el asturiano, un armario de ciclista, un mostrenco que sería capaz de convertir a Contador en un amasijo de huesos de un sincero y cariñoso abrazo. No necesita tanto amor Contador. Le basta con que su equipo le rodee, le quiera y no le abandone en la inquietante primera semana. Ni le aísle en el hotel. El resto, es cosa suya.