El ciclista de 1.000 caballos
el suizo cancellara se viste de líder en RotterdamArmstrong, el mejor ayer entre los favoritos a la general, aventajó en cinco segundos a Contador
PRÓLOGO Y GENERAL
1º Fabian Cancellara (SAX)10"00""
2º Tony Martin (THR)a 10""
3º David Millar (GRM)a 20""
La etapa de hoy, 1ª: Rotterdam-Bruselas, 225,5 km. Teledeporte, 15.30 horas.
alain laiseka
rotterdam. A las 16.15 arrancaba el Tour en Rotterdam y aunque nadie lo vio, o pocos, los holandeses porque andaban rebuscando en el botiquín un remedio urgente para la resaca futbolera, el éxtasis que se supone produce ganar a los chicos bailarines del Brasil, el resto porque asistían divertidos a la tunda del rodillo alemán a la Argentina del barrilete cósmico, de Maradona, un guipuzcoano, Iban Mayoz, su primer Tour, las mariposas en el estómago, la mirada nerviosa, fue el primero en descender de la rampa. Y el primero en llegar a meta. Líder provisional, claro. Efimerísimo. Algo es. A las 16.15, cuando sale Mayoz y despereza el Tour, las miradas van al cielo acompañadas de una mueca de desasosiego porque se topan con un panorama desconcertante.
Quiere llover sobre Rotterdam, borrar el bochorno viscoso que pega los buzos de los ciclistas al cuerpo, que les seca la garganta y humedece la frente poblándola de gotas de sudor que se desprenden y caen al asfalto, al pie de una bicicleta trincada a un rodillo. La timidez del cielo, su indecisión, apura a Tony Martin, el joven alemán del HTC-Columbia que rechazó el año pasado una oferta de Armstrong para acompañarle al RadioShack, bronce en el Mundial de crono de Mendrisio, un especialista, por tanto, que ha asumido el riesgo de una salida temprana previendo lo impredecible. Que la lluvia le preceda. Como a Jacky Durand en el prólogo del Tour de 1995.
Martin, sobre la rampa once minutos después que Mayoz, estrangularía al juez que le canta la cuenta atrás como en el lanzamiento de un misil. Va lentísimo. Cuenta como los niños, con los dedos. Diez, nueve, ocho, siete, seis… Caen algunas gotas. "Me quieres dejar salir ya". Grita su impaciencia. Y sale. Y llega. Seco. Es más rápido que el agua. Su tiempo, enorme. Luego el cielo se decide, se rompe y el alemán busca cobijo bajo una carpa.
Mojado, todo cambió. Desapareció el bochorno. Y la dicha de muchos. De Cancellara, por ejemplo, que a las 17.00 en punto llegaba del hotel junto a Andy Schleck y su gesto era de una seriedad cortante. Llovía a cántaros entonces. Nada bueno. Y Martin con un tiempazo. Ambos subieron al autobús y fuera sólo quedaron las bicicletas, mojándose bajo la lluvia. En una esquina, las dos de crono del suizo. Negras, finísimas. Ninguna era la del sospechoso motor de la París-Roubaix. Ésa, la máquina más escrutada del planeta, estaba en alguna parte de Rotterdam, posiblemente en el hotel del Saxo Bank, después de llegar dos días antes desde Estados Unidos donde ha estado expuesta desde que Cancellara ganara la clásica del adoquín. Un objeto de culto ahora que por su culpa, o de la brutalidad inhumana del suizo, sus músculos portentosos, su fuerzas exagerada, las bicicletas, como los ciclistas, están bajo sospecha de fraude, son perseguidas y hasta marcadas con un brazalete rojo que les declara culpables hasta que demuestren lo contrario ante un juez armado con un escáner que las desnuda y se asegura de que en sus tripas no llevan instalado ningún motor que las impulse. Una sospecha que se niegan a creer los veteranos como Raphael Geminiani, el Gran Fusil, que prefiere no pensar en semejante atrocidad "Eso supondría el fin del ciclismo". Demasiado cáustico. Tampoco los jóvenes, la generación que escribe las páginas del nuevo ciclismo, dan crédito a tal descrédito. "Está bien que miren las bicis, pero no creo que nadie utilice ese motor", sostiene Contador.
una etapa pasada por agua De eso se hablaba ayer en Rotterdam mientras seguía diluviando y la sonrisa de Tony Martin se agrandaba cada vez que el speaker cantaba como si estuviese en el bingo el tiempo de los ciclistas que llegaban destrozados, pero, sobre todo, empapados y felices de estar enteros -salvo Cardoso, que se rompió la clavícula y le tuvieron que dar 20 puntos en la cabeza-, aunque fuera alejadísimos, materialistamente hablando, en segundos, del alemán. El chaval iba borrando dorsales. Los de Boasson Hagen, Millar, Wiggins, Rogers, Leipheimer, Boom… Todos como sopas, calados hasta los huesos, las manos pegadas al freno, la prudencia como consejera sabia.
Eligieron ser prudentes también Robert Gesink, finísimo y larguísimo, encorvado de aquella manera sobre la bicicleta; y el grácil Andy Schleck, tan delicado y huesudo que no avanza en el llano; y Samuel Sánchez, que prefirió no arriesgar sobre el piso deslizante y se marchó satisfecho con un tiempo que le deja en la órbita de Sastre, Menchov, Frank Schleck o Wiggins. Y se acercaron las 19.30 y surgió Armstrong, el casco negro, como la mirada, llena de odio, Landis el cainita en el pensamiento, los músculos afiladísimos, dispuestísimos a desprecintar su último Tour de la misma manera que lo ha hecho en los ocho últimos, siempre entre los diez primeros en el prólogo.
Ayer también, claro, en la mejor contrarreloj desde su regreso, "una sorpresa porque sé que mis días de especialista contrarreloj ya han pasado". Una sorpresa, porque fue el mejor de todos los favoritos, cuarto. Mejor que el propio Contador, al que metió cinco segundos. Nada en tiempo; suculento botín moral. "Eso no cambia nada. Las diferencias son mínimas", dijo el chico de Pinto, al que le costó coger ritmo y prefirió no arriesgar. "Es mejor perder segundos que el Tour".
No llovía cuando Armstrong y Contador disputaron la crono. Tampoco cuando lo hizo Cancellara, que corrió sobre el piso semi-seco en busca de una redención que esperaba desde que el vídeo de la París-Roubaix que recoge el momento en el que supuestamente acciona la palanca del motorcito fantasma fuese la gran atracción de youtube con tropecientas miles de visitas. "El motor soy yo", reivindicó tras ganar el prólogo de la Vuelta a Suiza. Ayer, entronizado en su cuarto prólogo del Tour, al lado la carita de pena que se le quedó a Tony Martin, lo dejó patente. Esta vez no habrá dudas: los jueces no encontraron ningún mecanismo oculto cuando pasaron el escáner por su bicicleta etiquetada con el brazalete rojo de la sospecha. Efectivamente, el motor, la máquina, es él. Un ciclista de 1.000 caballos.