Desde que emergiera en aficionados y se mostrara como un ciclista singular, tocado por el talento, de extraordinario porvenir -dos temporadas le bastaron para acumular elogios- la carrera de Beñat Intxausti ha resultado estruendosa. No por su carácter, porque no es el zornotzarra uno de esos chicos díscolos, de ego pronunciado, arrogantes y caprichosos, sino todo lo contrario, pues resulta introvertido, apocado, de párrafo corto, verbo sigiloso y reacio, incluso, a hablar de sí mismo por desinterés. Estruendoso resultó que en 2006 rehusara fichar por Euskaltel-Euskadi, el equipo que se nutre en exclusiva de la cantera vasca, para aceptar la oferta de Joxean Fernández Matxin y correr cuatro años en el Saunier Duval. Aunque sólo cumplió tres temporadas en las que, falto el ciclismo vasco de referentes, de corredores excelentes, se milimetró su pedalada, como la de Igor Anton, que ha seguido una evolución irregular, alternando actuaciones esperanzadoras con periodos de invisibilidad desalentadores, lo que no fue óbice para que el pasado año, mediatizado por la delicada situación que atravesaba el equipo de Matxin, su fichaje se convirtiese en una cuestión capital para Euskaltel, donde corre ahora el vizcaino, que afrontaba la Vuelta al País Vasco desde una posición de euforia que nada tiene que ver con él, comedido y templado, sino con el estruendo que genera cada una de sus apariciones, de sus movimientos, un simple gesto, la propia respiración, un suspiro. Ayer, tras el descalabro de Samuel Sánchez, se situó como la única bala naranja de cara a la clasificación general, tras sacudir el pelotón codo con codo con Valverde, Schleck, Horner, Purito Rodríguez, Gesink y compañía.

Beñat Intxausti, el corredor tímido, silencioso, que se limita a hablar sobre los pedales, prolongó ayer la media sonrisa de satisfacción que arrastra desde Córcega, desde el Criterium Internacional y su maravillosa subida a Ospedale y el remate en la crono, que provocó, incluso, que Samuel Sánchez, el líder natural de Euskaltel-Euskadi, le elogiara.

"Pero una vez más, se le ha dado mucha importancia a aquello. Es cierto que era una carrera importante, con gente muy buena, pero todavía me queda mucho para llegar donde quiero", se defiende Intxausti de la euforia, una actitud vital para sobrevivir al desequilibrio emocional que le amenaza y que adopta desde que pasara a profesionales. Antes, incluso. "No es fácil para un chico de 20 años aislarse de los comentarios que le rodean. En mi caso, he tratado siempre de relativizar un poco todo eso, de centrarme en lo mío, que es andar en bicicleta, y de hacer el caso justo a los comentarios, sean éstos buenos o malos".

Ese hermetismo, en cambio, no es infalible. Por mínima que fuera, el reducto del zornotzarra tenía una grieta por la que se arrastró la duda para instalarse en la balconada desde la que se vislumbra su futuro esplendoroso. "Cuando no he andado como creía sí que se me ha pasado por la cabeza que quizás no sería capaz de alcanzar el nivel que se esperaba", traza insistiendo en que los comentarios no le afectan. "Paso de eso, aunque sea consciente de que están ahí", y que todo se olvida cuando uno se sube a la bicicleta y se evade como si se sumiera en un profundo sueño.

Intxausti no se prodiga en reflexiones profundas y habla como si escribiera en el Twitter, con las palabras justas, contadas. 140 caracteres por mensaje. Así es su generación. Ciclistas tacaños en palabras y licenciados en nuevas tecnologías que viajan a las carreras cargados con iPhones y portátiles; que se encierran por las tardes en la habitación, se adentran en internet y se aíslan del mundo. O se conectan a él. Ciclistas que mientras están tumbados en la cama viendo la tele, o paseando por los pasillos, se les ocurre que puede estar bien que todo el mundo sepa lo que piensan. Escriben entonces en el Twitter: "¡Victoria del Athletic! 4-3 ante el Racing. ¡Grandísimos los leones!". "Es algo que está bien o al menos a mí me lo parece. No se trata de estar todo el día contando lo que haces. Me gusta, pero no soy como Armstrong o Basso, que no paran de escribir y contar cosas". La diferencia también es notable en seguidores, pues el zornotzarra tiene un grupo de fieles que ronda los 150 y "en el caso de Armstrong son miles y miles, incluso yo estoy en su Twitter". "A mí me parece que es bueno porque te hace más cercano a la gente. Aunque entiendo que haya ciclistas que prefieran no utilizarlo y estar al margen. Pero nosotros quizás somos otra generación, la del Twitter, el potenciómetro y el pinganillo", dice jocoso Intxausti, uno de esos corredores modernos, que diría el viejo Freire, que se rebela cuando le sugieren que al fin ha despegado. Protesta entonces. "Ahora estoy en un buen momento, pero nada ocurre porque sí, sino que es la suma de muchas cosas". Habla entonces de los años, de la experiencia y de la motivación que supone calcar el calendario de Samuel, "un ciclista muy metódico del que se aprende mucho sólo con abrir un poco los ojos y al que pretendía ayudar a ganar la Vuelta al País Vasco. Por eso estuve delante en Putxeta, pero para cuando me di cuenta estábamos diez delante y no estaba Samu", zanja sin estruendo el chico comedido. El único corredor vasco, junto a Haimar Zubeldia, que se sostuvo ayer con los mejores.