No nos confundamos con el título. Hablamos, en primer lugar, de migrafobia: de la endémica manía de obtener réditos políticos reproduciendo estereotipos, prejuicios y actitudes racistas, criminalizando a la ambiguamente representada como “población migrante”. Y, en segundo término, de poliamor; es decir, del amor a la policía, a quien recurrimos para todo, incluso para tomar sus estadísticas como referencia a la hora de medir la criminalidad y el perfil sociológico de quienes cometen delitos. Así nos va.
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La ecuación es bien sencilla: quienes están encarceladas mayoritariamente son personas pobres, migrantes y disidentes. Es a quienes selectivamente persigue la policía, sanciona y encarcela el sistema penal. La gran mayoría de los delitos, y sobre todo los más graves, ni siquiera huelen los tribunales. Sus autores, ricos, blancos y “autóctonos”, tienen poder para eludir el control penal. Además, de los delitos que se procesan por el sistema de justicia criminal, aquellos dictaminados como punibles demostrados recaen principalmente sobre las clases subalternas más indefensas.
Para comprobarlo no hay más que ir a las cloacas carcelarias y ver que están plagadas de jóvenes toxicómanos pobres, de enfermos mentales pobres, de migrantes pobres a los que la policía se dedica a perseguir, mientras mira para otro lado a la delincuencia con mayúsculas, que acampa a sus anchas en nuestras sociedades. El perfil de quienes delinquen no se puede medir con las estadísticas policiales o fiscales. Estas fuentes sirven para maquillar a quienes violan las normas penales y señalar a los chivos expiatorios de siempre. Y si alguien quiere abordar este asunto con rigor, que lea el artículo científico La inmigración criminalizada, donde analizamos los bulos y datos manipulados que falsamente vinculan el delito con la inmigración y demuestran lo contrario. Las derechas de Vox, PP y PNV se encargan de hacer que nos comamos la deriva reaccionaria de la Ertzaintza para tratar de conseguir rédito electoral con el señalamiento y la xenofobia.