Hoy blanquean la dictadura quienes no la vivieron. Franco, golpista contra un gobierno democrático, inició una guerra civil. Por tanto, fue culpable del asesinato de cientos de miles de españoles.
Al finalizar la guerra, y con absoluto desprecio a los derechos humanos, instauró una dictadura férrea y unipersonal y emprendió una política de detenciones y ejecuciones, cosificó a la mujer, les robó bebés recién nacidos y menores y prolongó la brutal represión 36 años más acallando, por medio del crimen y el terror, cualquier tipo de disidencia. Hizo de España un país tenebroso donde, además, la corrupción carcomía sus instituciones. La disidencia, que la hubo desde el primer instante, fue ahogada y torturada en el silencio impuesto de las cárceles y asesinada en la tranquilidad sepulcral de los cementerios, lugares donde fueron a parar muchos de aquellos valientes luchadores por la libertad. Sí, es verdad y duele que el miserable y despiadado dictador muriese en la cama; pero no es menos cierto que la dictadura fue definitivamente liquidada por las mareas ciudadanas en calles, fábricas, universidades, centros laborales…
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La Transición no fue pacífica. Ansiábamos libertad y ruptura con el régimen. Logramos la libertad a costa de los que se quedaron por el camino en crímenes de Estado silenciados. No logramos la ruptura. La Transición fue cuanto pudimos obtener bajo la atenta mirada de los militares aferrados al poder para mantener privilegios feudales y satisfacer su codicia y opulencia. En ningún caso fue un regalo del monarca. Los que estaban en el poder, sin la lucha del pueblo, poco o nada hubieran cambiado. Fue nuestra conquista; la conquista de gente sencilla que iniciamos hace 50 años.
Esa conquista, hoy, está en peligro. El fascismo resurge, amparado en la desmemoria y las mentiras. Por eso hay que decirlo sin ambages: Franco fue un dictador criminal, y quienes lo reivindican o justifican no merecen respeto ni espacio. La libertad no se hereda: se conquista día a día.