La goteraN.G
Miro al techo distraído, absorto en mis cavilaciones; algo atrae mi atención; una mancha diminuta, más bien una mota, desentona y rompe la armonía. Subo a una silla, palpo la mancha y una sensación de humedad impregna las yemas de mis dedos. Pregunto a un especialista quien me asegura que no me preocupe, provocando una pequeña corriente de aire, queda solucionado; escéptico por naturaleza, considero que el dictamen es erróneo.
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El tiempo transcurre y la mancha se extiende: el techo y una pared comienzan a desconcharse; otro profesional asevera que parece que se seca y que con unos brochazos, mano de santo. Pasan los días y una noche, un sonido monótono, una suerte de taconeo, tamborileo, me despierta; enciendo la luz del salón y constato de que se trata de una gotera. Al final, albañiles, linterneros –como se decía antaño– y pintores. Fue necesario picar techo y pared, reemplazar la tubería picada, porosa, y pintar. El techo y pared han quedado niquelados.
Cambiemos las palabras mancha por corrupción y tubería por político. Al menor indicio, no nos fiemos jamás de la mota, por insignificante que esta sea; da paso a la gotera y puede devenir en diluvio. Cuando huele a café, hay café. No nos engañemos y que nadie pretenda hacerlo.