“Todos los seres humanos nacen libres e iguales”. Así reza el artículo número 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un preámbulo que la activista y política india Hansa Mehta peleó por cambiar por el original, “todos los hombres nacen libres e iguales”. En aquella histórica Declaración Universal de los Derechos Humanos, que cumplirá en diciembre 76 años, no solo la activista india tuvo un papel preponderante en la elaboración de aquella carta universal.
Eleanor Roosevelt, presidenta de la comisión de los derechos humanos, jugó un papel importantísimo a la hora de defender los derechos de las mujeres, así como, otras líderes diplomáticas y feministas de la época (no menciono sus nombres, pero la historia no las olvida). Eran dominicanas, francesas, paquistanís…
A todas ellas, repito, les debemos, que nuestros derechos como madres, hijas, nietas, hermanas o esposas fueran reconocidos en plena igualdad, con la mirada puesta para las futuras generaciones. Han pasado ya unos cuantos años desde aquella declaración, señalaba antes, y si ahora mismo aquellas valientes mujeres pudieran ver cómo muchos de esos derechos son sistemáticamente violados en países donde ser mujer es menos que nada, vejándolas y discriminándolas, o sin acceso a una básica educación, o ninguna directamente y sin olvidar, un férreo control sobre su vida más cotidiana, se sentirían profundamente apenadas y con una impotencia difícil de contener.
Esa misma que sentimos (quiero pensar, mínimamente) todas nosotras, mujeres, y espero hombres que ahora me estéis leyendo este texto. Respeto mutuo, eso es lo que queremos. ¿Tan difícil es?
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