¿Cómo se puede ser tan cobarde para emborronar las paredes utilizándolas para insultar y vilipendiar a personas físicas y también a instituciones? El frontón del barrio donostiarra de Igeldo ha sido testigo de este atentado, sí, atentado –agresión contra la vida o la integridad física o moral de alguien según el diccionario de la RAE–.
Quienes perpetran estos delitos se amparan en la nocturnidad; no es de extrañar que una vez cometida su para ellos gran hazaña, se abracen, choquen las manos y brinden por haber culminado su misión con éxito, mientras ríen a mandíbula batiente jactándose muy ufanos entre los de su jaez.
No será la última vez que veamos actos de esta naturaleza; ese tipo de individuos forman parte de la sociedad que ha fracasado estrepitosamente al no ser capaz de evitar tales comportamientos. No es exagerado aseverar que cuando leemos el rechazo y condena de algunos políticos nos maliciamos que para ellos, algunos de los destinatarios de las pintadas son merecedores del escarnio ya que pasan de puntillas cuando no los obvian descaradamente; ciñéndonos a sus declaraciones, da la sensación de que tanto la Ertzaintza como la Guardia Civil ameritan todo tipo de agravios e injurias.
Despreciar a quienes nos ayudan, amparan y socorren demuestra la calidad humana de tales personajes públicos sabiendo que, llegado el caso, serían atendidos y auxiliados por aquellos a quienes niegan el pan y la sal.
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