No ha sido necesario poseer la bola de cristal, ni ejercer de profeta del pasado, para decir hoy, aquí, ahora, que la renuncia de Joe Biden a la carrera electoral hacia la presidencia de los EEUU era, metafóricamente hablando, la crónica de una muerte anunciada. La lógica ha impuesto sus criterios, y sus problemas de salud, tanto cognitivos como psicomotrices, han terminado por descabalgarle e incluso ridiculizarle, a pesar de lo cual ha tenido la suficiente dignidad para prestar un último gran servicio a su país, con un único pero, quizás lo ha hecho un poco tarde, olvidando el aforismo latino carpe diem, “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. No queda sino desearle la mejor de las suertes al partido Demócrata por el bien de EEUU y, lo que es más importante, de la humanidad, viendo la hoja de servicios del republicano Trump, más ávido de poder que nunca y con arteras intenciones a futuro.
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