Ya los griegos se interesaron por las materias que componen la vida en el planeta . Son el fuego, que provoca incendios y el agua que los apaga. Son opuestos en urgencias y supervivencia. Pero ambos nos han hecho progresar, aunque a un paso del desastre, mientras los políticos siguen la fiesta culpando de ello a la ciudadanía. Las frías estadísticas ocultan lo humano de la actividad económica y social. Pero dan datos críticos que se aproximan a la realidad. En este año en España se ha quemado la superficie equivalente a Gipuzkoa y tenemos un 36,86% de agua embalsada de la capacidad disponible. Por estas fechas, hace un año era el 43,77% y la media de los últimos diez años, el 55,57%. En relación a los efectos del fuego poco hay que añadir a las imágenes de incendios voraces sobre los que sobrevuelan aviones echando agua y bomberos jugándose la vida, apesadumbrados ante la dimensión de la tragedia. Los políticos visitando las zonas, prometiendo más medios y culpando a la imprevisibilidad de la naturaleza, enterrando fondos públicos ilimitados para ocultar su incompetencia y la carencia de políticas agrarias preventivas que deberían haberse implantado muchos años antes, vistas las pérdidas acumuladas. Pues además del efecto económico en la tierra y las cosechas, provoca el abandono de los agricultores de los espacios que son su medio de vida. Es necesario una política preventiva agraria integral a la que dedicar medios técnicos y humanos de expertos en todas las ciencias concernidas: desde un sistema de seguros agrarios con fondos públicos, hasta un plan nacional de lucha preventiva contra incendios que se desarrolle a lo largo de todo el año, no sólo para apagarlos. Hay que crear un cuerpo nacional civil de bomberos evitando el despilfarro militar. Como campos y montes dejan de ser cultivados, no se pueden regular los pastos para evitar incendios. La ciudadanía debe valorar que el campos es un regenerador de la calidad de vida de la humanidad, por lo que no se pueden abandonar. Hay que recuperar la agricultura autóctona como fuente de salud y para asegurar el autoabastecimiento. Que vivir en el campo no sea para viejos o ricos para fines de semana o para especulaciones inmobiliarias. Los baserritarras son esenciales, pero sin limosna.

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