Uno se queda perplejo ante la realidad de los enfrentamientos, conflictos, guerras, asesinatos, amenazas y muertes. No hablo de la muerte en una guerra entre enemigos, que por cierto, es una desgracia. Es que la guerra ha llegado a casa. Cada año el número de mujeres asesinadas a manos de la persona a la que habían prometido amor eterno va a más. Y por los datos que van apareciendo, como ha pasado últimamente en Orio, qué desgracia, no va a ser mejor. Una palabra agria, insultante, al amigo, a la esposa, al hijo, es la primera chispa de un conflicto que puede acabar en tragedia. La guerra, la violencia de género, o el terrorismo que destruye la convivencia no empezaron por casualidad. La primera chispa se llamó falta de respeto o intolerancia. Hay que evitar esa primera chispa, saber escuchar, saber comprender, saber hablar, saber respetar, saber callar. La palabra es casi siempre el camino que conduce al amor y a la amistad. Pero también la palabra suele ser el camino que lleva a la violencia. Uno no debe permitirse nunca una palabra que haga daño. Si me permito una palabra que ofende y molesta, estoy poniendo la pólvora que, sabe Dios, puede explotar en cualquier momento. Para conseguir la paz y el respeto no hay otro camino que la paz.
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