La moral, la ética y el decoro se encuentran a día de hoy en mínimos preocupantes y, al igual que ríos y pantanos, necesitan imperiosamente la lluvia. La controversia suscitada por la inclusión de los 44 en las listas electorales nos lleva a lo más profundo del ser humano.

Nadie refuta la legalidad de dicha decisión que lleva implícita algo que se llama sadismo; una crueldad refinada, con placer de quien la ejecuta y un sufrimiento atroz para quien la padece. Quienes idearon ese plan son gente amoral sin ningún tipo de escrúpulos y se jactan de ello; tomaron una decisión que esconde algo insidioso, un mensaje subliminal: “seguimos aquí y os vigilamos”.

Leer esos nombres en las listas electorales es revictimizar a quienes en su día fueron consideradas no-personas; unos lo pueden contar, otros muchos no. Quien calla, apoya o incluso silencia a quienes manifiestan su malestar se convierte en cómplice de un acto no ilegal pero sí indecente, de una conducta depravada. Quienes hayan cometido delitos especialmente graves no pueden pretender representar y defender a la sociedad a la que trataron de doblegar, una vez hayan cumplido su condena penal.

Llevan grabado de manera indeleble un estigma que los delata y que no puede ni debe blanquearse. Una sociedad con higiene moral debe ser intolerante y aparcar la benevolencia con quienes en su día hollaron la convivencia convirtiéndose en fiscales, jueces y verdugos de quienes no pensaban igual. Exaltar el olvido de sus actos significa diluir la memoria, el recuerdo y el testimonio de sus víctimas. 

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