Paseando por los puestos del Día del libro, me topo con Ramón Ayerza. Arquitecto, investigador, escritor minucioso. Se para y me dice:

–“¿Has leído la última publicación del Dr. José Antonio Recondo Bravo? Es tu tema, te lo recomiendo”.

Viniendo que quien venía, había que tenerlo en cuenta.

Hablé con José Antonio, hacía años y años que no habíamos coincidido. Me contó algunas anécdotas de su vida, dura e interesante, como su libro. Profesionalmente, terminaría por pasar a Puerto Rico y de allí a los Estados Unidos, donde ejerció como médico. Dicen que sobre la sublevación militar ha sido el conflicto que más libros se han publicado. Yo he escrito alguno, no los he contado todos. Lo cierto es que el del Dr. José Antonio Recondo ha cubierto un hueco necesario. Para comenzar. Su estilo me recuerda a los historiadores británicos, claro y ameno.

El nexo común es una cronología de la guerra en Gipuzkoa relatada con neutralidad. Veremos pasar numerosos nombres de médicos, que llegamos a conocer, lo que es menos conocido son los numerosos castigos y represalias que tuvieron que padecer. No importaba su oficio. Si habían trabajado en un hospital del frente republicano, era motivo suficiente para que no les permitiesen ejercer su oficio. Les aplicaban cuantiosas multas destinadas a hundirles a ellos y sus familias.

Entre los médicos había numerosos partidarios de la derecha. Su profesión no era una garantía total para algunos milicianos. Sus sospechas, o amenazas, nunca llegaron al nivel de las aplicadas por los sublevados. En el libro figura un índice onomástico de médicos represaliados. Son 85. Para finalizar cito algunos breves textos.

Aquella iglesia: “Sor Emilia Soraluce Zabalo exigía la presencia y aplauso en cuantas ceremonias de exaltación patriótica se fueron celebrando… el acto finalizaba con el canto del Cara al Sol con los brazos en alto. Albea fue denunciado ante las autoridades por el párroco de su parroquia del Antiguo, de ser un exaltado nacionalista”.

La crueldad de la represión: “Los hombres heridos e indefensos hacían esfuerzos desesperados para salvarse. Enloquecidos, vendados y ensangrentados, saltaban por las ventanas tratando de huir de los moros y legionarios que los degollaban o los ensartaban en las bayonetas”. “El sacerdote Juan Sesé, el 16 de octubre de 1936 afirmaba que los heridos que se hallaban en el Hospital de Irún fueron asesinados de la manera más horrible”.

La persecución: “Tras la guerra, el 5 de junio de 1939 ambos forenses –R. Cardenal y Juan Bautista Ramírez– fueron juzgados por la junta de depuración del ministerio de justicia y sancionados con la pérdida de un 50% de sus haberes. Juan Bautista Ramírez sería juzgado de nuevo por el delito de pertenecer a la masonería y depuesto definitivamente de su cargo”. No podía ejercer, lo que le supuso la ruina económica. El 21 de diciembre de 1978, su viuda, con 79 años, conseguiría que le fuese anulada la sanción que le habían impuesto el Tribunal de Represión de la Masonería y del Comunismo.

Incautaciones de bienes. Entre 1937- 1939 se calculan 4.000 expedientes, solo entre los facultativos.

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