Estos días se festeja la Semana Santa, una de las celebraciones católicas más conocidas. Sus procesiones, misas y otros rituales se llevan al espacio público y privado en diferentes puntos de nuestra geografía. Lo que quizás conozcan menos personas es que hasta el 21 de abril también se celebra el Ramadán, la fiesta musulmana por antonomasia. Desde hace algunos meses me dedico a dar clases en un centro educativo. Gran parte de mi alumnado es de origen magrebí y muchos de ellos son musulmanes. La mayoría celebra el Ramadán, así que he decidido darle cabida en el aula. Esto no representa una novedad: durante el curso hemos hablado de celebraciones como Santo Tomás, navidades o carnavales. En esta ocasión también he colocado un cartel en la pared que reza Ramadán Mubarak, que viene a significar algo así como Feliz Ramadán, cosa que no he hecho en otras ocasiones y quisiera explicar el matiz.
Algunos de los estudiantes viven en la calle. Otros, en albergues o centros, y unos cuantos en pisos compartidos que a duras penas consiguen costearse. La mayoría pasa por graves aprietos; de hecho, engrosan las filas de lo que denominamos exclusión social, ya que tienen dificultades para conseguir bienes básicos como vivienda, comida o ropa. Demasiado a menudo, el capitalismo les obliga a ayunar.
A todos ellos, se les vendió el sueño de una Europa dorada: la Europa de las libertades, los derechos y la democracia. Sin embargo, hoy no cuentan con asistencia sanitaria universal, ni pueden votar, ni vivir en una casa de verdad. Por si eso fuera poco, a muchos de mis alumnos demasiada gente de aquí les mira con desconfianza o no se sientan junto a ellos en el autobús.
Tampoco viven la fiesta, su fiesta, en la calle. Como ocurre con las navidades, el Ramadán no es en exclusiva una celebración religiosa sino social y familiar. Sin embargo, mis alumnos no encuentran expresiones públicas de su celebración en los escaparates, ni en los medios. No ven reflejadas sus costumbres en los centros escolares, ni coloridas lucecitas iluminando la plaza del que ahora es su barrio o ciudad. En nuestras ciudades no se corta el tráfico por las comitivas musulmanas, las mezquitas no reciben cantidades ingentes de dinero público, ni existen vacaciones o permisos especiales con motivo del ayuno. De hecho, muchas personas que celebran el Ramadán ni siquiera reciben felicitaciones por parte de su vecindario. Lejos de tratarse de una minucia, creo que todo ello contribuye a que construir un nuevo lugar al que llamarle casa les resulte, aún, un poco mas difícil... En vista de la situación, he decidido visibilizar el Ramadán en clase: felicitarlo, hablar del ayuno, de las recetas especiales, de los buenos recuerdos, incluso de las oraciones. Contradicciones de la vida, yo, que siempre me he considerado atea, estoy promocionando una fiesta religiosa. Y pienso seguir haciéndolo. Al menos, mientras el catolicismo siga siendo la religión hegemónica; el islam siga estando demonizado; y el grueso de nuestros vecinos musulmanes experimenten racismo y exclusión. Así que Ramadán Mubarak.
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