Vamos llegando a finales de febrero. Ha pasado la agenda del Carnaval. Han sido unas fiestas bonitas, con comparsas y charangas y con una participación positiva de la gente, tanto de generaciones pasadas como de las actuales. Aunque no sea oriundo de esta villa carnavalera por excelencia, me apetece y me va gustando el Carnaval. Si me guardan el secreto, les diré que, desde hace tiempo que fui cura, me solía disfrazar. Lo digo en el buen sentido de la palabra, disfrazar en verdad y sintiendo lo que hacía. Me considero "gente del carnaval" como ustedes. Lo que pasa es que también me considero "de la gente de la cuaresma". Me ha gustado la alegría que llena nuestras calles, pasacalles y charangas y todo el colorido que nos recuerda que hay que ser felices y llevar felicidad a los demás. Y me gusta el esfuerzo y el trabajo de personas y grupos de tiempo libre preparando disfraces, haciendo carrozas. Digo que me gusta el buen carnaval, porque hay fantasía, ilusión, trabajo en equipo todo esto es carnaval. Y me gusta que haya tiempo para las bromas, para la crítica constructiva y hasta para el chiste verde. Y sobre todo, que haya respeto a las personas y tengamos seguridad. No me gusta que el Carnaval sea una ocasión para ahondar divisiones entre barrios y gentes. Que viva el humor; sí y la fina ironía también y la crítica que ayuda y anima. Pero siempre dentro del respeto a la persona, a cada persona, que sí que es sagrada. Y que sigamos así. Ahora viene un período que llamamos cuaresma, que nos recuerda que aparte de bailar y reírse, tampoco es malo pensar y meditar. Puede que ahora sea tiempo de esto último.