Banderas independentistas, afrentas a miembros del Gobierno de España y al Rey, además de acusaciones mutuas de ocultación de datos claves para la seguridad del Estado. Esto tan edificante es lo que realmente destacó en la manifestación antiterrorista del 26 en Barcelona. Una lamentable y frenética danza de la discordia, aderezada con salsa de consulta soberanista.
Un ambiente en verdad turbador, y sensación de que la ciudadanía no las tiene todas consigo en cuanto a sentirse adecuadamente protegida. Los Mossos actuaron de forma contundente y el resultado fue la aniquilación de varios extremistas. Lo malo es que, siguiendo la línea especulativa, algún medio ha dado por supuesto que tanta rotundidad en la réplica tendría como objetivo demostrar al mundo que Catalunya y su Govern están suficientemente cualificados para para cuidar de sí mismos en un hipotético estado independiente.
El abrazo fraternal fue un espejismo. Había puñales virtuales ocultos en los discursos.
Puigdemont aseguró que “mostramos cada día que estamos preparados para actuar como un Estado independiente”.
Asociaciones de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado emitieron duros comunicados denunciando el impacto independentista y el juego político que sufrieron tras el atentado por parte de los Mossos que dirigían la operación. El enemigo común se frota las manos.