nada lo es a estas alturas. Es más, casi todo lo público resulta por una razón u otra ofensivo. Del espectáculo del otro día, porque espectáculo fue, me quedo con una imagen: la forma de andar del presidente de Gobierno cuando se dirigía a su asiento de privilegio para deponer como testigo en un caso de corrupción mayúsculo que alcanza de lleno al partido en el gobierno, algo inaudito y bochornoso. Hastío, mucho, y pocas o ninguna gana de dilucidar si el de los hilillos de plastilina y las cosas son como son, mintió de nuevo o se burló del respetable. Son cosas sabidas, archisabidas.
Los andares del presidente de Gobierno me recordaron a los pasos y paseos de Chiquito de la Calzada en escena. Ya no pude seguir. Ya no he seguido. El hastío me ha ganado, el hastío de una época y de sus protagonistas, idénticos a sí mismos, exhibiendo desfachatez de chulos de verbena; el ver una sala de audiencia convertida en coso de capea feroz en el que, mal que me pese, me ha tocado un papel que lo mismo es de gañan que berrea en los vallados que de vaquilla ya muy toreada, para disfrute de las fuerzas vivas que se asoman al palco de honor, junto a esa patriótica rojigualda que todo lo bendice y un fondo de charanga que martiriza con un pasodoble bufo.
No es procedente preguntar por la financiación ilegal del partido en el gobierno, ni por los modos de enriquecimiento indecoroso de los profesionales de la política hecha reparto de botín, tampoco por cómo un presidente puede manifestar de manera alegre su ignorancia sobre las cuestiones económicas del partido que preside convertidas en desdeñables pejigueras que, esa sí, esa es la marca de la casa: todo son pejigueras, hilillos de plastilina, por mucho que el buque acabe por hundirse. Ya se encargan los medios que lo encubren de que todo quede en nada.
Lo que es procedente es preguntarse por cuál puede ser el futuro de este país y de sus gentes, y hasta dónde va a llegar el deterioro institucional que progresa de manera imparable. Como sea una repetición tenaz del presente tiene poca gracia.
Lo que resulta procedente, es sostener que lo grave no es que todas las manifestaciones de indignación contra este estado de cosas queden en nada, en mera bulla, sino la indiferencia social que se va instalando de manera insidiosa y que no solo permite que gobierne quien lo hace, sino que da por bueno lo que es una indecencia continuada que amenaza con minar de manera definitiva el clima de la vida pública española. No hay mejor manera de protegerse de los reveses que encogerse de hombros y copiar los modos de la elite gobernante: la mentira, el desdén, la burla, la trampa, la irresponsabilidad más insultante, no responder de nada, ni ante los tribunales siquiera, el no darse por enterado de lo que es flagrante, el agarrarse a la desmemoria como una forma de desprecio? modos todos de sobrevivir con ventaja en la vida pública y en la privada.
Ya sé que no es procedente (pero por eso mismo lo hago), preguntarse por qué es lo que defiende o protege el tribunal ante el que compareció el presidente de Gobierno con maneras de chuleta decidor a la hora del vermú al que acude para recoger el aplauso de su peña cuando suelta «la última». ¿El Estado de derecho y el ordenamiento jurídico? Lo dudo. ¿A quién temía el juez? ¿Al fondo del asunto? Es lógico. En ese proceso se dilucida nada menos que la legitimidad de un Gobierno, más allá de lo que digan o dejen de decir unas urnas.
En esa sala de audiencia, hecha teatro de variedades, tuvo lugar una escena del esperpento de las dos Españas, que es una y la misma, la que no muere, pero bosteza y ladra y muerde, y la que por mucho que quiera, no acaba de empezar a vivir de otro modo que el de la gallera y el del usted no sabe con quién está hablando, dijera lo que dijera Antonio Machado. Deseos frente a realidades, el espejismo social en el que hemos venido viviendo que ha dado en una democracia dañada y sospechosa.
Lo que de verdad no procede es seguir en estas, que estos modos de chulos de pueblo, de puntos de timba, de cencerradas vanas, se perpetúen como formas ineludibles de vida nacional.
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