Como la nieve no venía a mí, yo fui a ella. Nos encontramos en el camino viejo, me abrazó y nos besamos copo a copo en los ojos, quebrando su geometría interna en un crujir sin ruido, tibio, muy cercano a la ternura, mientras el hilo frío de la fuente cruzaba sus piedras rodadas. Y el invierno se hizo belleza pura. Mis árboles cubiertos de nieve lloraban de alegría a las orillas del riachuelo blanco y sonoro con los pies de hielo. Todos me miraban y yo a ellos. La ermita nos acogió y canté unos versos gregorianos. Y apareció la música en medio de la nieve y el desmayo. Más tarde, por el camino viejo recordé y canté con Atahualpa Yupanqui: “Un día yo pregunté, abuelo dónde está Dios. Mi abuelo se puso triste y nada me respondió.” De vuelta a casa nevaba sin compasión.

¡Urte berri on! ¡Feliz Año Nuevo!