La Diputación de Gipuzkoa ha anunciado que este año hará entrega de su máxima distinción, la Placa de Oro, a la Federación de Casas Regionales de Gipuzkoa como representante del colectivo de las “personas y familias de los diversos pueblos del “Estado español que llegaron a Gipuzkoa en las décadas de los años 50, 60 y 70”.
Entiendo que la distinción es más que merecida, ya que se justifica en la contribución que hicieron y hacen al desarrollo económico, social y cultural de Gipuzkoa aquellas personas que procedentes de otras provincias de España llegaron a nuestra provincia en busca de un futuro mejor para ellos y para sus hijos.
No voy a valorar la oportunidad del anuncio en fechas preelectorales con la intención, quizás, de pescar votos en un caladero hasta la fecha olvidado por estar vedado al nacionalismo vasco. Lo que más me ha sonrojado, es el acto de contrición de la portavoz de la Diputación al reseñar que dicho colectivo sufrió “injusticias” e “incomprensiones” por parte de los vascos. Hay que repetirlo una y mil veces para que no se olvide. Para el nacionalismo vasco la inmigración procedente de otras partes de España le ha supuesto un problema político, que no social ni cultural, en su pretensión de lograr la pretendida homogeneidad y que rechazaba (¿rechaza?) a sus compatriotas por provenir de una unidad política ? España? que repudiaban y, ahora sí, siguen repudiando.
Un nacionalismo vasco que levantó desde las instituciones mil y un obstáculos y mantuvo actitudes beligerantes hacia un colectivo que tenía como único objetivo trabajar a la vez que ayudar a mejorar la sociedad que le acogía.