Cada vez es más común encontrarse en un tren a un joven abandonado sobre varios puestos, probablemente con estudios universitarios, después de caminar por la sucia ciudad, sorteando los vómitos de los muchachos que bebieron sin saber hacerlo productos etílicos, las orinas y heces de los canes y algunos borrachuzos, etc. Sus zapatos, cochinos, veo cómo se posan sobre el asiento delantero cuando lo encuentran y nadie les dice que eso no es correcto. La señora que luego se sienta con su blanca falda en esa plaza, se levanta innecesariamente manchada por la comodidad anodina del metepatas.
No pasa nada, es otro quien sufre. Hasta los hay que, al llegar a casa ajena, levantan sus sucias garras y las dejan posadas sobre la cuidada mesa donde antes uno posaba el pan o delicados objetos, como nuestro expresidente del gobierno, Aznar, sobre la mesa de Bush. No sólo son las normas elementales de urbanidad lo que se van perdiendo, sino los valores morales, lo que ha hecho posible a Occidente, después de siglos, llegar a la cima del mundo humano y dominarlo. Ahora son más educados los chinos y los de otros lugares, muchos de ellos inmigrantes, los más esforzados y cuidadosos, mientras su civilización prospera.