España es desde hace mucho un país extremo y no sólo por su clima, ahora que llegó el verano y los niños dejan las escuelas para abandonarse ante el ordenador, el televisor o perderse en ambientes donde desaprenderán todo, porque sus dos progenitores se dedican a duros trabajos y no tienen tiempo para ellos. Del mismo modo que un niño o un joven pasan del máximo agobio académico de los exámenes finales al necesario descanso y al desinflamiento, también nuestro país pasa de las flores y lluvias primaverales a las inundaciones abrasadoras del desierto veraniego que arrojan a multitudes a las aguas de ríos y playas. Lo mismo sucede con las ideas y la política. España tiene el lugar donde más llueve de Europa, en una peculiar serranía de Andalucía, y a la vez el más seco. España ha sido y se preciaba de ser el país más católico y piadoso de Europa para ser también el más impío y blasfemo. Del fláccido fascismo de Franco a la libertad que también ha conducido al libertinaje donde muchos de los que se decían seguidores del dictador rápidamente se vistieron de comunistas o socialistas. De la ancestral fiesta del Corpus Christi, recién celebrada, donde millones de personas festejan con lujosas y bellas procesiones o exposiciones a Jesucristo, a quien creen presente bajo la forma de un blanco pan y que se deja comer, devorar y fundir con el interior de los fieles creyentes, a las nuevas celebraciones y ebrias procesiones paganas en torno al sexo gay que con excitantes músicas toman alguna capital para manifestar orgullosos su condición. La vida hispana, antes tan española y nacional, imperial, ahora tan independentista, vascuence, gallega, catalana, y dentro de ésta, mallorquina, menorquina, valenciana... etc. Una caricatura de la historia es todo, un gran teatro, este del mundo, como nos enseñara Calderón, pero a veces una mala comedia, una grotesca tragedia donde el ridículo triunfa sobre la grandeza. Intentamos poner orden, coherencia, actuar éticamente, pero donde vence el creyente no es en el presente sino siempre en el más allá, tal vez por eso pocos luchan ahora, ya que se ahogan en el tiempo verbal más inestable. Seguiremos intentando interpretar bien nuestro papel, con la bandera de la esperanza clavada en el horizonte, pese a los infames.
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