Elorza y las bicis
El pasado 25 de julio el Sr. alcalde de Donostia, Odón Elorza, salía al paso por la enésima queja contra la presencia de ciclistas por las aceras. Con continuas alusiones, trataba de desmontar mis argumentos. Posteriormente, un escrito mío decía que mi insistencia sobre el tema dependía de las medidas correctoras que se tomaran desde la Alcaldía. Bien. Nada ha cambiado. Si acaso, a peor.
Primeramente, Elorza planteaba la conveniencia de homologarse con otras ciudades europeas. Pero olvidó decir que Europa nos lleva 50 años de educación vial urbana. También ocultó que, debido a nuestra peculiar idiosincrasia a la hora de respetar las leyes, dentro de 50 años la diferencia seguirá siendo la misma, sólo que más caótica. Naturalmente, el alcalde no desaprovechó la ocasión para hacer propaganda electoral y arremetió de manera mezquina contra otras formaciones. Patético. Mire usted, Elorza, el nacionalismo, la derecha y esa izquierda (con talonario de derechas) que usted representa, nada tienen que ver con el comportamiento vial.
Así mismo, Elorza afirmaba algo tan absurdo como que nuestra orografía dificultaba las soluciones. Sin el menor sonrojo, el mandatario aseguraba que sólo una minoría ciclista comete imprudencias. Para mí que está de guasa. Es notorio que crecido por el apoyo institucional (y el suyo personal), el desparpajo ciclista se ha multiplicado por cien. De tal manera que los viandantes hemos pasado a ser proscritos dentro de nuestro propio espacio, gracias a esa majadería suya de engranar máquinas de hierro con personas. Convivir, compartir, etc? no tiene ningún sentido en el tema que nos ocupa.
Su disparatada idea, el sueño de un mecánico, es al mismo tiempo la pesadilla de toda la ciudadanía de a pie. Por otro lado, miente descaradamente cuando dice que actuará contra los imprudentes. Tengo sobrada constancia de que su policía tiene órdenes concretas de no actuar contra los ciclistas, órdenes que reciben directamente de la Alcaldía.
Respetuosamente, Sr. alcalde, su profundo desdén hacia la integridad de los caminantes sólo es comparable con nuestra tenacidad para exigir nuestro legítimo derecho a pasear por nuestras (las nuestras) aceras sin temor a ser arrollados, sobresaltados y en ocasiones (con la impunidad que da la velocidad) insultados por las gentes a las que su nefasta gestión ha otorgado patente corso. Continuará.