el viernes pasado presentamos un trabajo dedicado al escritor navarro Pablo Antoñana. Pocas horas después, la noticia de la Agencia EFE aparecía colgada en la Red, como suele ser habitual.

Las reacciones a la noticia de la aparición de ese libro sobre Pablo Antoñana, escrito con voluntad cierta de homenaje y desde la estima y la admiración hacia la persona y el escritor, no se hicieron esperar.

La primera reacción, muy poco después de que se colgara la noticia, fue un comentario de "una vecina de la ciudad", es decir, por completo anónimo, que acusaba de manera expresa a Antoñana de "exaltación del terrorismo" en sus "escritos políticos", habida cuenta de que colaboraba "constantemente" en el diario Gara. ¿Pruebas? Ninguna. ¿Rectificación? Menos todavía. Ni por parte de la autora de la infamia ni del medio de comunicación que le dio acogida consciente del poder social que representa.

Al tiempo que escribo estas líneas, ahí sigue la acusación sin que el periódico que predica normas de publicación referidas a comentarios injuriosos la haya retirado ni publicado la rectificación enviada, como si la acusación de comisión de un delito no lo fuera, por calumnia, y en cambio fuera legítimo algo que hasta hace nada necesitaba de prueba fehaciente, regla esta que Internet ha subvertido por completo.

En nuestro tiempo, quien lanza esa acusación mediática de exaltación del terrorismo sabe de su efecto inmediato y que va a encontrar el aplauso incondicional de sus partidarios porque a ellos está dedicada la faena. El daño ya está hecho. Se busca el rechazo social y el linchamiento. Muy noble todo. Y desde el anonimato.

Internet permite la acusación impune de delitos, la injuria anónima y la suplantación de personalidad en perjuicio de terceros, y empuja al afectado a defenderse de manera dificultosa en los tribunales, si tiene tiempo, ganas y sobre todo dinero. Son las nuevas reglas de un juego que no las tiene, porque sólo las detenta, como en la doma clásica a la que parece que estamos condenados, quien tiene las riendas en la mano o una radio como la de los obispos, y similares.