Toros en Nueva York
Un gran eco internacional resuena con la noticia de que España empieza a prohibir las corridas de toros, lo que más nos identifica, aunque también hay corridas en Portugal, en Iberoamérica y en el sur de Francia. Esta reliquia del circo romano que ha llegado hasta nosotros ya no hace pelear, como antaño, toros y leones con osos o perros, contra caballos y humanos, como vemos en Goya, sino que se ha ido refinando cada vez se ha convertido menos en un espectáculo y más en un arte de la lucha y la muerte. En los tiempos de Picasso los caballos morían destripados, sin defensas. La aventura loca de ponerse delante de los cuernos es una sangre común, fruto de la convivencia, como en la antigua Creta, con esas bestias fascinantes. Resonancias del Minotauro, desde cuando corren por las calles persiguiendo a los humanos y a veces matándolos, hasta cuando se enfrentan al torero en nuestras plazas. ¿Tortura?, pero el toro no es perseguido sino que él mismo ataca y avanza hacia una muerte aplaudida por su bravura. Es su genética, una raza seleccionada desde milenios para combatir hasta morir. Sin la fiesta, la raza, tan costosa en su crianza, se extinguiría. El torero, viste de oro y joyas y se expone con su peculiar danza, en esta sacrificial cacería poblada de símbolos y pasiones, a ser cazado, en una locura colectiva que estalla como una fiesta. Las ballenas también sufren sin arte alguno las banderillas de los cazadores noruegos y japoneses, el suculento fois que los gobernadores catalanes sin recato engullen en lujosos banquetes no es sino carne de ave cebada a la fuerza hasta que se le deforma el hígado, industrial tormento. En Nueva York son muy abiertos con las costumbres de los inmigrantes, así que algunos piensan proponer allí mismo, en Times Square, una corrida de toros, ¿en catalán o en español?