Hoy soy, me siento, menos español que ayer, pero más, mucho más que mañana, por intentar hacerme tragar, desde el cavernario periodismo español, con ruedas de molino infinitamente alejadas de un periodismo mínimamente digerible.

Amén de las miles de tropelías cometidas los últimos años por televisiones, radios, y prensa española, la defensa de la presencia de Sara Carbonero en el Mundial se lleva la palma. A mí no me importa con quién salga, viva o retoce esta señorita, ni si viste mejor o peor que nadie, ni si su entorno familiar está o no entusiasmada con su éxito, novio, marido, amante o cuenta corriente. Lo único que me importa de esta señorita, como de cualquier otro periodista, es si me va a decir la verdad. Y no su verdad.

Y aunque parezca mentira, no hace mucho que en España existía un periodismo donde la noticia era lo importante, y no el/la que la daba, y menos su novio, novia, familia, familia política o el vecino de nadie. Y yo no sé si esta señorita ha contado la verdad de lo que veía día a día en el equipo español o no. No sé si habrá callado cuando no debía por motivos personales, o ha hablado cuando debía callar por los mismos motivos. Dudo de si ha sido imparcial, porque objetiva, como todos sus compañeros, sí que no ha sido. Para convertirse en noticia por sí misma desvirtuando así parte de lo que supuestamente había ido a cubrir ha contado con la inestimable colaboración de muchísima parte de los medios españoles. Suscribo pues, la crítica que de este asunto en particular hizo el señor Urbaneja, tildado por la mayoría de sus compañeros de sexista y retrógrado. Pues entonces, yo también.