No sería de extrañar que una inmensa parte de quienes puedan leer estas líneas no recuerden muy bien a Dominique Wilkins. Aquel alero francés, tremendamente atlético que jugó en Atlanta Hawks. Nada. Quizá la mejor referencia para refrescar la memoria del profano sea la de aquel tipo que ganó un concurso de mates y perdió el segundo contra Michael Jordan. Ah, sí, sí. Ese Wilkins.

Porque Dominique Wilkins fue un excepcional jugador. Una máquina física que promedió casi 25 puntos por partido durante su carrera; un matador excepcional -adelantado a su tiempo-, y miembro del Hall of Fame. Pero no ganó ningún anillo. Se tuvo que conformar con existir en el plano de los humanos; o como quieran llamar a los desaprensivos que trataban de frenar a esa deidad baloncestística llamada Michael Jordan.

el reto

La supremacía de James

Parecía que el presente había encontrado a su nuevo gerifalte de las canchas, LeBron James. Él mismo se encargó, de hecho, de ponerse la corona antes de ganársela, aunque a la postre haya disipado todas las dudas en torno a su juego. A nivel colectivo, Miami se muestra poco vulnerable, y a nivel personal, James no parece ser fácilmente parable.

Y la sombra no es un lugar cómodo para ningún jugador. Hay quien hinca la rodilla en señal de pleitesía hacia su superior, pero hay quien no. Y en estas está Kevin Durant, revelándose contra la dictadura de LeBron James. Ya hace dos años llegaron a cruzarse en las Finales, y fueron los de Florida los que se llevaron el gato el agua, y el anillo al dedo. El pasado año, con Kevin Martin como reemplazo de La Barba Harden, dieron dos pasos atrás, y sucumbieron en las semifinales de conferencia contra los solidísimos Grizzlies de Lionel Hollins.

37 puntos de media

Números de estrella

Sin grandes cambios en la plantilla, este año puede ser diferente. Los suplentes Reggie Jackson y Jeremy Lamb aportan mucho más que antes, y hacen que la lesión de Russell Westbrook se haga un pelín más llevadera. Pero si una cosa ha hecho que el equipo no se derrumbe por la ausencia del base, ese ha sido el paso adelante de Kevin Durant. El espigado alero ha sabido multiplicarse y realizar una serie de partidos que solo están al alcance de unos elegidos en la historia de esta liga. En los últimos diez partidos ha promediado 37,1 puntos de media, 5,8 rebotes y casi seis asistencias. Entre los rivales se encuentran franquicias de peso, como los Warriors, los Rockets y los Spurs. Y todo ello, en 37 minutos de juego y con un porcentaje de tiro superior al 50%, y no tira poco. De videojuego.

Tampoco es que estuviera el talento de Durántula en cuestión. Como tampoco lo estaba el de Wilkins. Pero KD ha preferido no cejar en su empeño por llegar a lo más alto, y condiciones tiene. Básicamente, lo hace todo bien. Buen drible, rapidez, capacidad atlética, brazos interminables y buen tiro desde todos los puntos. Si hay que sacarle algún pero, y vaya si cuesta, sería su poca envergadura, lo que le hace vulnerable defendiendo en el poste bajo a jugadores más grandes. Porque sí, está delgado. Tiene ese aspecto de ay, hijo, es que no comes nada. Pero la base de su juego, incluso de su capacidad atlética, viene acompañada de ello. Suple esa falta de potencia con agilidad y rapidez.

Porque no es necesario parecer un héroe de videojuego para ser el mejor. El rey LeBron lo parece. Músculos hiperdesarrollados que confieren ese aspecto de bestia parda, que queda confirmado en cada contraataque, en cada mate. Jason Terry sabe muy bien a qué nos referimos. Pero a Durant no le hace falta.

KD, LEBRON, PAUL GEORGE

Carrera por el MVP

Quien ya ha sido máximo anotador de la temporada en tres ocasiones sabe que la historia está en deuda con él. Que está muy bien ser bueno, pero las mieles del éxito y el trono seducen más. LeBron ya ha reconocido que está pendiente de las estadísticas de Durant, y a la fuerza, las últimas actuaciones de KD le han de estar poniendo nervioso. El rey mira desde la atalaya de su castillo cómo la caballería enemiga se acerca. Incluso, más a lo lejos, ve cómo un joven general llamado Paul George reclama el puesto, dispuesto a pasar por encima de ambos.

Todo esto desemboca en un juego de tronos del que los aficionados han de disfrutar. Cada uno monta guardia en la trinchera elegida, y defiende al suyo en una rivalidad que no entiende de fronteras. Mientras, el premio al MVP de esta temporada aguarda para coronar al rey que se tercie, para regocijo o lamento de muchos. A fin de cuentas, una famosa canción decía Quiero ser como Mike (Jordan), no Quiero ser como Wilkins.