anabria. En nuestro reciente periplo por Zamora y León, realizamos una travesía por el lago glaciar de Sanabria, el mayor de España, a bordo del primer catamarán eólico solar del mundo. Las dos tripulantes, una de ellas donostiarra, hicieron una demostración de la tecnología del barco, sistemas de radiocomunicación, sónar e hidrófonos y del material de laboratorio e investigación hidrográfica del que está dotado, con una toma de muestras de agua y posterior observación al microscopio de pantalla del plancton por parte de los viajeros.

Recordaron la Tragedia de Ribadelago, acaecida en la madrugada del 9 de enero de 1959 por la rotura del contrafuerte del embalse de Vega de Tera, construido, hacía dos años para la producción eléctrica, que provocó 144 desaparecidos entre los 532 vecinos de la aldea. La noticia apenas trascendió porque fue censurada. No hubo responsables. Se achacó el accidente a las fuertes lluvias. La reconstrucción de las viviendas, en una cota superior, se hizo con los diseños y materiales previstos para crear una aldea de colonización en Extremadura, totalmente impropios para la climatología de la montaña zamorana. Y allí continúan. A orillas del lago pastan las vacas de la raza autóctona alistano-sayaguesa, como parte del paisaje.

Son esas personas, la mayoría mujeres, consagradas en cuerpo y alma a la sacrosanta misión de cuidar y alimentar a los gatos callejeros. Técnicamente, gatos cimarrones o ferales. Es un fenómeno urbano que ha existido siempre. En la plaza de Santa Catalina, de Las Palmas de Gran Canaria, existe una estatua erigida en honor a una de ellas que debía ser famosa, Lolita Pluma.

Si antes era una cosa anecdótica, casi clandestina, ahora han salido del armario y el fenómeno ha adquirido unas dimensiones alarmantes, con la complicidad de las autoridades municipales, con independencia del partido al que pertenezcan. Hace un tiempo, con gobierno municipal bildutarra, tuve que participar en reuniones esperpénticas en las que las gateras solicitaban el apoyo económico del Ayuntamiento para gestionar "sus" colonias de gatos en los barrios. Incluso algunas se robaban los mininos.

Ahora, la Dirección General de Derechos de los Animales (de la ministra Ione Belarra), creada para responder a la creciente sensibilización hacia los animales en nuestra sociedad, apuesta por las políticas de apoyo al control popular de las colonias y lo propugna en el Anteproyecto de Ley de Protección, Derechos y Bienestar Animal, que aprobó el Gobierno en febrero, cuyo enfoque entra en conflicto con varias leyes y estrategias europeas como la Agenda 2030. "Un nuevo contrato social global que no deje a nadie atrás", gatos incluidos, para la conservación de la biodiversidad y que garantiza la protección y el apoyo de estas colonias, tanto en la cuestión nutricional como veterinaria, a cuenta de las administraciones públicas claro, y reconoce un estatus oficial, ¿funcionarias? a las cuidadoras voluntarias, preconizando la implantación del programa CES (Captura, Esterilización y Suelta).

Los veterinarios de Salud Pública somos contrarios a la proliferación descontrolada de la fauna urbana por sus repercusiones sanitarias para las personas y para otros animales de compañía. Estas prácticas, al parecer, están a la vanguardia del ecologismo, el amor a los animales, la naturaleza y el coplero bendito. Me ha llamado la atención un artículo de la bióloga Dra. Martina Carrete y sus colaboradoras, del Área de Ecología de la Universidad sevillana Pablo de Olavide, publicado este mes de mayo en la revista científica norteamericana Conservation Science and Practice, especializada en artículos relacionados con la política, planificación y práctica de conservación de la diversidad biológica, por su acertado, en mi opinión, abordaje del tema.

Sostiene la investigadora que esta estrategia resulta con frecuencia ineficaz y que, al final, el control de la fertilidad se tiene que perpetuar en el tiempo infinitamente y en muchas ocasiones, el número de gatos ferales, no sólo no se reduce, sino que sigue aumentando, tanto en ciudades como en áreas rurales, lo que hace que sus impactos sobre la biodiversidad se mantengan y se intensifiquen a largo plazo.

Los gatos domésticos son considerados los depredadores no nativos más dañinos para la biodiversidad. Están implicados en más de una cuarta parte de las extinciones de aves, mamíferos y reptiles en los últimos siglos y son la principal causa de la mortalidad de pequeños mamíferos y aves, por encima de atropellos, envenenamientos o la caza, señala el investigador Miguel Clavero, de la Estación Biológica de Doñana.

Al contrario de lo que se suele pensar, un gato bien alimentado por sus cuidadoras continúa cazando por jugar. Pero no son especialmente activos frente a las ratas, a las que prefieren ignorar, incluso cuando les roban ante sus bigotes, su pitanza, amorosamente preparada por sus gateras.

No sólo amenazan la protección de la biodiversidad sino que tienen un papel fundamental en la dinámica de enfermedades debido a la alta densidad de individuos en sus colonias y a sus intensas interacciones entre ellos y con gatos con dueño y domicilio conocido. Por ejemplo, fueron la fuente del brote de leucemia felina que estuvo a punto de acabar con la población de linces de Doñana en 2007 y son el reservorio de toxoplasma gondii, un parásito causante de la toxoplasmosis. Y finalizan las investigadoras proponiendo que, al tiempo que se atienden a las cuestiones de bienestar animal, los instrumentos jurídicos deben tratar de reducir los impactos negativos de los gatos ferales, minimizando su número en el menor tiempo posible y limitando el acceso al aire libre de los gatos con propietario, tanto como sea posible. Pero no lo comprenden las abnegadas y benefactoras gatunas.

Habones de Sanabria. Anchoas rebozadas. Fresas. Sigo, de momento, con el agua del Añarbe. Café. l

?Los gatos domésticos son los depredadores no nativos más dañinos para la biodiversidad