e la noche a la mañana, la familia Arrieta-Kortajarena ha pasado de cinco miembros a once. Desde ayer, se hacen cargo de Tania, la adolescente ucraniana que acogen cada verano desde hace siete años, y de toda su familia: tres hermanos de 11, 9 y 8 años y sus padres.

La invasión rusa iniciada el pasado 24 de febrero parece haber dado un respiro a los habitantes de la zona de Chernóbil, como es el caso de la familia Krupych, recién llegada a Villabona. Han aprovechado la retirada del ejército ruso de su aldea para poner rumbo a Polonia y desde allí, gracias a la asociación Chernobil Elkartea, han llegado hace pocas horas a Euskadi, dejando atrás la guerra.

Al igual que el comienzo de la invasión, la salida del país de esta familia de seis miembros ha sido precipitada y, en apenas seis días, han logrado llegar a Villabona, donde han sido acogidos por Asier, Ainhoa y sus tres hijos. “Ha sido todo muy rápido. Nos dijeron que habían salido a casa de su tía porque en Zaprudka (su pueblo) no tenían ni luz ni agua. Les habían cortado todo y en casa de su tía tenían mejores condiciones, así que se iban allí”, cuenta Kortajarena. “Le preguntábamos si tenían intención de venir y nos decían que no, pero de repente, el domingo pasado, nos dijo que sí, que venían todos”, prosigue.

A partir de entonces, todo fue muy rápido. “Nos dijo que llegaban a Polonia. Pensábamos que iban a pasar varios días, pero en dos días ya estaban viniendo. El viaje que creíamos que iba a durar cuatro o cinco días fue cuestión de horas”, explica.

Así, el viernes por la mañana recibieron la noticia de que habían cruzado París y, con algunas horas de retraso sobre lo previsto, pasada la medianoche pudieron abrazar por fin a Tania. “En cuanto paró al autobús ya le vimos que venía y fue una maravilla”, resume emocionada al tiempo que se llena de elogios para su hija ucraniana: “Ella es una maravilla de chica. Es fácil, sencilla, todo lo que te pueda decir. Nunca hemos tenido ningún problema”. Ahora, con trece años, es el nexo de unión entre su familia biológica y de acogida y la encargada de hacer que todas las partes se entiendan.

En estas primeras horas, la prioridad de los Arrieta-Kortajarena ha sido encontrar un hogar en el que asentarlos. “No ha sido fácil”, reconoce Ainhoa, que explica que el primer día han echado mano de una vivienda que les ha cedido el Ayuntamiento, pero en la que no caben los seis: “Es muy pequeña, así que por el momento, en ese piso duermen los padres con los dos hermanos pequeños y los dos mayores están con nosotros en casa”. “Teníamos claro que no íbamos a estar los once en casa. Vamos a alquilar un piso y les vamos a dar su independencia. Porque, al final, nuestra vida sigue y tenemos nuestro trabajo, la ikastola, las obligaciones, y ellos también necesitan su espacio”.

Con la llegada de Tania y su familia a Villabona, los Arrieta-Kortajarena han puesto fin a las semanas de incertidumbre. “Es increíble cómo te puede cambiar la vida en nada. En Navidad estaba aquí y mes y medio después estalla la guerra”, reflexiona Ainhoa.

Zaprudka es una pequeña aldea rural de la zona de Chernóbil, donde primero entraron los rusos. “Primero lo vivimos con bastante calma, porque Tania nos decía que estaban bien, que estaban en casa, que tenían luz y comida. Pero luego te empiezas a comer la cabeza. Ves las imágenes de Bucha, de esas carreteras... Al final dices: Así como ha tocado ahí les puede tocar a ellos, porque los rusos están en su zona”.

Mientras, en Villabona la espera para que pudieran salir y poner rumbo a Polonia se hacía eterna. “Desde la asociación nos decían: No les animéis a que salgan sin más porque está todo lleno de minas, no saben lo que se pueden encontrar, no les dejan moverse... Así que al principio no les decíamos nada. Les preguntábamos qué tal estaban y ya”, rememora.

Las conversaciones con Tania tampoco eran fáciles. “Ella habla muy bien euskera, pero por teléfono nos cuesta. Es más difícil”, reconoce Ainhoa, que añade: “No sabes muy bien ni qué preguntarle ni qué decirle. Yo no insistía. Solo quería saber si estaban bien y si estaban en casa. No le he preguntado si se metían en el sótano ni nada de eso, ya habrá tiempo de que nos cuenten si quieren”. De hecho, recuerda una anécdota: “Ayer le pregunté: Tanía, ¿lo habéis pasado muy mal? Y me dijo: Bueno. Y acto seguido pensé: Qué pregunta más tonta acabas de hacer, Ainhoa”.

La intranquilidad y el desasosiego que les ha producido la situación lo han vivido junto a sus tres hijos biológicos de 18, 16 y 14 años. “Veíamos los telediarios juntos, estábamos pendientes. Ellos sabían que estaban bien, que les faltaba luz, pero siempre recalcando que dentro de la situación, estaban bien”, cuenta.

Y de repente, hace una semana, las tropas rusas comenzaron a replegarse y la familia de Tania vio un resquicio para huir del país. “Cuando nos dijeron que se habían empezado a mover, les animamos a que vinieran. Era el momento, porque mañana no sabemos qué va a pasar”, dice.

Y así, tras una semana de viaje, la familia Krupych está a salvo de la guerra y con el horizonte puesto en labrarse un futuro en paz en Gipuzkoa. Por el momento, les han encontrado alojamiento en una casa de Amasa, un entorno rural que puede parecerse más al hábitat al que están acostumbrados que las calles de Villabona.

Allí comenzarán su nueva vida. Dentro de la desgracia que les ha tocado vivir, pueden sentirse afortunados, ya que al ser cuatro hermanos menores de edad, su padre no ha sido llamado a filas y ha podido viajar sin impedimentos por parte del gobierno.

Asier y Ainhoa ya se han puesto en contacto con la ikastola de Villabona, que acogerá a los niños en sus aulas una vez se hayan adaptado. “El protocolo del Gobierno Vasco ya está activado y en cuanto pasen las vacaciones iremos viendo cómo lo hacemos, pero poco a poco. Esta semana les va a venir bien para que aterricen y estén tranquilos, sobre todo para la pequeña de 8 años. A ver qué tal funciona. Pero poco a poco, porque es final de curso y las prioridades están claras”.

Los padres, por su parte, confían en encontrar un empleo que les permita vivir con independencia económica. “Él es carpintero, ella ama de casa. Sabemos que el idioma va a ser un problema, pero si alguien tiene una serrería y está buscando trabajador, que contacte con nosotros”, hacen el llamamiento.

Cualquier ayuda es poca para que el horror de la guerra quede atrás.