usofobia. Conviven con nosotros y pagan aquí sus impuestos, algunos, desde hace más de una década. Algunos, vinculados a la UPV a través del Donostia International Physics Center, son físicos rusos y ucranianos y trabajan con la materia condensada y los nuevos materiales. En mi bloque viven dos, con sus familias. Sus hijos van a nuestras ikastolas. Saben que Polina y Vicka venían en verano y en las vacaciones navideñas porque charlaban con ellas. Nos trasladan su malestar con el sátrapa y sus iniciativas desde que accedió al poder y que también les afectan personalmente. Padecen una situación incómoda y temen que se extienda la rusofobia, como suele ocurrir en estas situaciones por parte de aquellos que se dejan llevar por las tripas, antes que por el razonamiento.

Con cierta periodicidad recibo en mi domicilio comunicaciones de Osakidetza a nombre de Ricarda, a quien no conozco, pero que, al parecer, vivió en esta casa hace más de cinco años. Acostumbro a entregar el sobre en el ambulatorio cercano, haciendo saber a la administrativa precaria del mostrador que deben darle de baja en la base de datos. Así ha ocurrido una docena de veces. En esta última y definitiva, la recepcionista me ha dicho que la culpa es de Correos y que es allí donde debo dirigirme. Pues vale. El cartero de mi barrio es todo un profesional, con la intuición y saber hacer, propio de los veteranos en su oficio.

La revista Journal of Hepatology del pasado 12 de febrero publicó un trabajo elaborado por un grupo de investigadores del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba describiendo por primera vez los tres primeros casos de hepatitis aguda en Europa provocados por el Orthohepevirus C, transmitido por las deyecciones de las ratas. Los tres pacientes eran varones, de Córdoba, Sevilla y Gasteiz. Ninguno de ellos informó contacto con animales de ningún tipo, mucho menos con roedores o viajes fuera de España en los meses anteriores. Como factores de riesgo para la infección, los enfermos andaluces informaron consumo de carne de cerdo poco cocida en las dos semanas previas al diagnóstico. El vasco trabajaba como personal de limpieza. La infección en el paciente sevillano y vasco resultó en una hepatitis aguda leve con resolución espontánea. Mientras que el cordobés, con un historial previo complicado, falleció. Hasta ahora, esas hepatitis habrían sido consideradas de origen desconocido. Ahora sabemos que se trata de una nueva zoonosis emergente en nuestro afligido continente europeo.

Asistimos a una ofensiva publicitaria de ciertas industrias alimentarias, que se comercializan en establecimientos especiales, belardendas, con dependientes con bata blanca que les da cierta garantía sanitaria, con el apoyo de una pléyade de dietistas, nutricionistas y similares que, en determinado segmento poblacional, pijo y farandulero han calado. Son alimentos sostenibles, inclusivos, artesanales, sin azúcares añadidos, ni gluten, ni lactosa, en envase de vidrio para cuidar el planeta, ecológicos, con espectaculares y saludables propiedades. Lo mismo estimulan nuestras defensas, que fijan el calcio, ayudan en la digestión, regulan el tránsito intestinal, tienen efectos detox, combaten el acné y dolores reumáticos, menopaúsicos y menstruales, son laxantes y reducen el colesterol. Todo camelo, pero tienen su público convencido. Y con dinero, porque no son baratos.

Se trata de los probióticos, que la OMS define de una forma light como "microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un efecto beneficioso para la salud de la persona que los recibe", pero que no se contemplan en el ámbito de la legislación alimentaria de la Unión Europea. Sus ingredientes cumplen con los requisitos de seguridad, aunque a día de hoy ninguno de los microorganismos que se emplean ha podido demostrar ningún efecto beneficioso en población general sana, de acuerdo con los estándares establecidos por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Por eso no pueden poner en sus etiquetas declaraciones sobre sus posibles propiedades saludables. En consecuencia, se tolera el término "probiótico" en la etiqueta si cumplen el requisito de seguridad, pero, insisto, sin que se le añadan propiedades saludables.

Entre estos productos de moda, ajenos a nuestra cultura gastronómica, se encuentra el té Kombucha, originario de Asia, té negro y verde fermentados con una colonia de microorganismos, el Kimchi, versión coreana del Chucrut y el Miso, de origen japonés, una pasta hecha con semillas de soja o cereales y sal fermentada por un hongo, a los que se pueden añadir el conocido chucrut, de origen alsaciano, que es berza fermentada (ensilado), menos glamoroso que los anteriores, el kéfir y el yogur, ya conocidos, ahora con bífidos, para diferenciarlo de la presentación clásica y poder cobrar más.

Y rizando el rizo, aparecen también los prebióticos, que "alimentan" las bacterias intestinales. Me estoy refiriendo a los alimentos con fibra, y no los confundamos con los hilos de las acelgas o de los espárragos, son microscópicos, existen en la mayoría de las frutas y verduras, cereales, frutos secos e incluso la leche.

Una alimentación a base de ensaladas, legumbres, frutas y verduras, sin desechar carnes, pescados, lácteos y huevos, reduciendo el consumo de alcohol y azúcares, eliminando el tabaco y algo de ejercicio físico, nos asegura suficientes probióticos y prebióticos naturales sin tener que recurrir a sofisticaciones dietéticas rayanas con las seudociencias.

Y si los alimentos son de cercanía, mejor para el medio ambiente y nuestros baserritarras que, dadas las circunstancias que atraviesan, están dispuestos a morir matando.

Espárragos de Olite, chipirones rellenos, en su tinta y queso de Erniope de Asteasu. Agua del Añarbe. Café.

Lo mismo estimulan nuestras defensas, que fijan el calcio y ayudan en la digestión