Todo comenzó de una manera un tanto impersonal. En concreto a través de un email de SOS Racismo que llegó a la cuenta personal de Iñaki Olaetxea. “Estábamos muy sensibilizados con el tema de los refugiados, estábamos con ganas de hacer algo y este proyecto nos aportaba, no por ellos, sino por nosotros”. Estas son las palabras de uno de los doce protagonistas de esta bonita historia que comenzó hace tres años gracias al programa Izan Harrera, una Mentoria Social. “La idea es que un voluntario acompañe un día a la semana a una persona de origen migrante”, explica Karlos Ordóñez, de SOS Racismo y uno de los promotores de este programa.

“No es un proyecto caritativo”, quiere dejar claro Iñaki. “Cualquier persona puede participar, pero tienes que saber realmente dónde te metes”, advierte este tolosarra de 43 años, casado y padre de cuatro hijos (Unai, Oier, June y Garazi). “Para nosotros al principio era la familia de Siria, luego la familia kurda y ahora es nuestra familia de Villabona”, puntualiza, para quien la intermediación de los más pequeños ha facilitado “mucho” la relación entre estas dos familias tan distintas pero a la vez tan iguales. “Si los niños entre ellos hacen piña, es mucho más fácil”, sostiene. Quién se lo iba a decir hace unos años que el euskera iba a ser un nexo de unión entre su familia y una del Kurdistán. “Muchas veces los niños nos han hecho de traductores. Los padres apenas hablan castellano, vienen de una situación muy difícil en Kurdistan, analfabetos…”.

Fátima, de trece años, la hija mayor de Ali y Laila, se expresa en un perfecto euskera. Lo habla mejor y con más fluidez que el castellano. Lo mismo le pasa a su hermana Mezghim. Ambas hacen de portavoces en la conversación con sus progenitores, que explican su historia: “Vivíamos muy tranquilos en nuestro pueblo y de la noche a la mañana, todo cambió. Nos quedamos sin nada”, recuerdan con tristeza. Pero todo eso forma parte de un pasado que tratan de olvidar. Ahora están “contentos” en Villabona, donde llevan instalados hace cuatro años. Los niños estudian en la escuela Fleming. Ali, con una formación de Soldadura y fabricación mecánica, ha comenzado a trabajar en una empresa de Asteasu. Este verano estuvo recogiendo pimientos en Aguinaga. Laila, por su parte, va a clases para aprender castellano. Sin familia, sin amigos, Iñaki y su prole son lo más parecido a una familia. “Estamos muy contentos de haberles conocido”, reconocen al unísono. Ali hace diez años que no ve a sus hermanos, dos de los cuales viven en Turquía y el resto permanece en Siria. A Laila le pasa lo mismo con su familia, entre Turquía y Alemania. No saben cuándo volverán a encontrarse.

La vida de Ali y su numerosa familia sufrió un giro de 180 grados con la guerra de Siria. Tuvieron que abandonar a la carrera el pequeño pueblo en el que vivían, Habbo Afrin. Pasaron cuatro años en un campo de refugiados en Beirut antes de emprender un largo camino que les trajo hasta Donostia, a donde llegaron en 2017. En el camino perdieron a uno de sus hijos por una enfermedad, un mal en el hígado que también padecen Halil y Mohamed, sus dos otros hijos varones. “Tiene que ir cada seis meses al hospital de Cruces a una revisión. Les dan una medicina y pueden llevar una vida normal”, explica Iñaki.

La importancia de estar en casa

“Empezamos esta aventura por nuestros hijos”, subraya Iñaki. “Estábamos preocupados por su educación y que no valoraran ciertas cosas. Soy muy crítico y me preocupan estos temas”, enfatiza este padre de familia, consciente de que “todos los planes que hacemos en familia están en relación con el consumismo; vamos al cine, al bar, al monte y luego a comprar bocadillos”. Pero eso es algo que está cambiando. “Nuestros hijos saben que cuando nos juntamos con nuestros amigos de Villabona, la comida se lleva de casa, Se hace otro tipo de plan. Y para mí es muy importante”, argumenta. “Ha salido de una manera muy natural. Lo han asumido como algo natural”, agradece. En lo que no duda Iñaki es en afirmar que “cuanto más relación tienes, te preocupas más de ellos”. Trabajo, educación… “La situación des dura. Son 12 kilómetros entre Tolosa y Villabona, pero hay una distancia. No podemos estar todos los días. Están solos”, lamenta. “Le dan mucha importancia a estar en casa, no socializan mucho. Hay momentos en los que te preguntas: ¿Cómo les ayudamos más? No todo es de color de rosa, pero eso es una amistad”, considera. “Esa sensación de que igual no has hecho lo suficiente, suele estar muy presente en nuestras cabezas”.

El Covid, claro está, supuso “un jarro de agua fría”, pero ha servido si cabe para afianzar esta relación de amistad. “Ellos pasaron el Covid en enero. Al estar solos, nosotros éramos los únicos que les podíamos comprar, por ejemplo, el pan, por ejemplo. Luego, fuimos nosotros los positivos y ellos nos lo traían a nosotros. Nos lo podían haber traído nuestros vecinos, mis padres, pero fueron ellos y lo valoras”, comenta Iñaki, para quien también es muy importante la implicación que está teniendo su entorno más cercano. “Eso también es muy interesante”, analiza. “Mi familia también está muy pendiente”, sostiene. “Es algo que, personalmente, te llena mucho”, confiesa.