uestros anfitriones trabajan fuera de Angiozar todos. En Gasteiz, Donostia y Elorrio, respectivamente. La mayoría de los vecinos del barrio, de hecho, se ganan la vida en las cooperativas de la comarca de Debagoiena y conducen a diario hasta sus casas. La pregunta es habitual cuando se cruzan con un viejo conocido: ¿sigues viviendo en Angiozar? “Es como si vivir aquí supusiera tener una falta de expectativas en la vida”, lamenta Joxean Mikeo. “Y no es así”.

La historia reciente de Angiozar dio un giro el 4 de junio de 2006, el día en que “unos 80 vecinos” se dirigieron al lehendakari Juan José Ibarretxe en la fiesta de la escuela pública vasca que se celebró en Oñati y le pidieron ayuda para no dejar morir la escuela del barrio, integrada en la red pública Eskola Txikiak de Gipuzkoa. “Somos un pueblo luchador. Si algo tenemos, es que cuando se convoca a la gente, acuden en masa. Y nos salió bien. Les caímos en gracia y nos dieron un voto de confianza”, afirma Mila Elorza, la alcaldesa pedánea de Angiozar.

El proyecto educativo, la escuela, estaba contra las cuerdas. Llegaron a estar “solo seis niños y niñas” de diferentes edades. “Hoy son 31 y el centro está incluido en el Plan de Equipamientos del Gobierno Vasco para su ampliación.

Diez de los 31 pequeños son ”extranjeros: de Bergara”, bromea Unai Asurmendi, uno de los impulsores de lo que hoy consideran puede ser un elemento tractor para atraer más población a Angiozar: “Un proyecto pedagógico único en todo el valle”. La escuela y sus niños son quizá el principal activo de este barrio con vocación de pueblo. La ilusión de un futuro mejor.

Asurmendi llegó desde Intxaurrondo a Bergara y decidió escolarizar a sus hijos en Angiozar, barrio al que se mudó definitivamente con su familia. Sus dos pequeños ya no son extranjeros allí. “Angiozarkuak”, dicen ya. Asurmendi vive en la plaza y es ahora uno de los integrantes del grupo promotor que lucha por que este enclave de 279 habitantes se convierta en Entidad Local Menor, como lo son Ereñotzu (Hernani) desde 2010 e Itziar (Deba) desde 2015. Pero tener menos de 500 habitantes es un impedimento en la actualidad, por eso solicitan modificar la norma foral de delimitaciones municipales de 2003.

NOTICIAS DE GIPUZKOA ha ido a visitar este desconocido txoko a los ojos del guipuzcoano medio. Durante siete meses fue testigo directo del frente en la Guerra Civil (1936-1939) al ser punto estratégico de los sublevados. Una localidad que ya soñaba con ser pueblo en el siglo XIX, hace 200 años (en 1816 y 1826 hubo intentos de convertirse en municipio), que en diciembre de 1927 decidió separarse de Elgeta y anexionarse a Bergara, de cuyo núcleo urbano le separan cinco kilómetros.

Son las 18.48 horas. Nada más aparcar el coche lo único que se siente en el pueblo proviene de lejos. La plaza, un parking de coches sin sitio para el peatón, está totalmente desierta. El lejano bullicio proviene del frontón Arbiaska, a unos 200 metros; una quincena de escolares de Primaria practica deporte allí. Es el único recinto deportivo junto a una antigua bolera.

Hemos quedado en la sociedad Pagomendi con tres ilustres vecinos, miembros del grupo promotor que lucha porque Angiozar se convierta en Entidad Local Menor: Mila Elorza, alcaldesa pedánea durante los últimos quince años; Joxean Mikeo, antropólogo y actualmente profesor de Primaria en una escuela pública de Gasteiz; y Unai Asurmendi, que trabaja en la sección de Planificación del servicio de Deportes de la Diputación Foral de Gipuzkoa.

Lamentan que Angiozar es el barrio de “las promesas incumplidas”, un pueblo sin voz al que se le niega toda esperanza. Ni siquiera en los carteles que a lo largo de la autopista AP-1 indican la presencia de un río, aparece referencia alguna al río Angiozar. Un topónimo silenciado. Resignación para sus 279 habitantes, quienes recuerdan que en Gipuzkoa hay 14 municipios de pleno derecho y con menos habitantes todavía.

Es un lugar donde “se vive bien”, pero es “absolutamente necesario el coche”. No hay tienda, ni médico, que viene al consultorio local los miércoles junto con una enfermera o enfermero. También hay una biblioteca que hace de salón multiusos, pero cualquier otro servicio social que se nos ocurra está en Bergara.

En este rincón de Gipuzkoa “no se contempla el derecho al paseo”. Es un pueblo “sin aceras, ni lugares de esparcimiento”, lamenta Unai Asurmendi. En los últimos 60 años, ha perdido el 60% de la población, hasta los 279 actuales, aunque tenía 840 cuando se desanexionaron de Elgeta hace 95 años, después de seis siglos unidos. Para más inri, si fuera municipio, Angiozar hoy sería el de mayor índice de personas mayores de 80 años en todo Gipuzkoa.

“Decimos, entre risas, que somos la Soria guipuzcoana, pero con la excepción de que sí tenemos Tren de Alta Velocidad”, bromea Asurmendi. Un TAV que no parará en Angiozar, pero pasará por debajo de sus montes y casas. Las obras, de hecho, han vaciado varios pozos y acuíferos y han dejado sin agua a varios caseríos.

De cabo a rabo, Angiozar tiene quince kilómetros. Ocupa el 15% de la superficie de Bergara, el término municipal al que pertenecen. Pero solo representan el 1,9% de la población bergararra. Eso sí, tienen su propio código postal: 20578. Y un patrimonio cultural e histórico para caerse de espaldas.

En el núcleo principal, kalea, como le llaman, viven unas 160 personas y allí se ubican la herriko etxea, con el gaztetxe y el consultorio médico, entre otros; dos bares (uno ha empezado a hornear pan), la escuela, el frontón, una antigua bolera y la imponente iglesia de San Miguel (siglo XV).

Los otros 119 habitantes, hasta un total de 279, se reparten en los otros siete barrios, cada uno con su ermita: Azkuneta (San Martin de Tours), Errekaldea (San Kristobal), Mainddao (Elexamendi), Partaitti (San Bizente), Zabaletamendi (San Bartolome), Goimendi (San Miguel) y Asentziomendi (Asentzio).

El más recóndito de sus 86 caseríos, Lope baserria, en el barrio Goimendi, se encuentra a más de 11 kilómetros de la plaza en que nos encontramos y a 17 del centro de Bergara (en línea recta solo son siete).

Además del pintxo-pote del viernes por la tarde, durante la semana se organizan clases de yoga, de triki-pandero, gimnasia para adultos y de psicomotricidad, “la única extraescolar que tienen los niños y niñas de Angiozar”, suspendida ahora por la pandemia. “No hay mucho”, dicen, y lo que se organiza se hace gracias a la iniciativa propia de los vecinos.

Se han realizado muchos estudios y diagnósticos en los últimos años, “todos encaminados a mejorar la calidad de vida en el valle y frenar la despoblación”, pero “lo público no llega a los vecinos; no vemos nada más allá de lo que hacemos nosotros. Cada cuatro años hay un parón con el Ayuntamiento. Y nuestra necesidad es frenar la despoblación”, dice Elorza. Las trabas para seguir creciendo son muchas, pero se resumen en una grande: “La falta de inversión pública”.

“Ya hemos tocado fondo y ahora estamos subiendo. Llegamos a ser unos 250 habitantes y hace unos 15 años, se consiguió, juntándonos en una cooperativa, hacer unas casas nuevas y así se logró que no fuese reduciéndose más la población, pero para seguir subiendo necesitamos algo más”, insiste Elorza. La fórmula actual “no sirve”, dicen.

“Tenemos la autopista AP-1 aquí al lado, está pendiente la segunda fase de Kanpazar de la Beasain-Durango, las obras del Tren de Alta Velocidad (nudo de Bergara de la Y vasca), las líneas de alta tensión, el gasoducto que cruza nuestros terrenos, la planta de compostaje y el vertedero de Epele cerca y si hay que apechugar, se apechuga, pero que suponga un beneficio para el pueblo. Nos gustaría que en los quince kilómetros que hay de una punta a otra, se mejoren las conexiones internas, que no se olviden”, dice Elorza.

Pero sí se olvidan. Lo hacen todas las administraciones y operadores. Y aún hoy son varios los caseríos que no tienen conexión inalámbrica de alta velocidad; y “el día que llueve, tardan un día y medio en limpiar el camino con Bergara. Suerte que el TAV tiene una vía de servicio de seis metros, o salimos por Elgeta”, asegura Asurmendi.

Todo llega tarde a Angiozar. Incluso la carretera que conecta con Elgeta, el pueblo vecino, no se construyó hasta 1981. Hasta entonces, en Angiozar moría la carretera que viene de Bergara y quien quería ir en coche al vecino Elgeta tenía que dar una vuelta de varios kilómetros o caminar tres kilómetros y medio a pie.

Cuando se inauguró el estadio de Anoeta en Donostia y se celebraban los Juegos Olímpicos de Barcelona, el teléfono acababa de llegar a las casas de Angiozar, primero a lo que llaman kalea, el núcleo principal, en 1990, y un año después al resto de barrios. “Antes solo había un teléfono para todo el pueblo puesto por la Diputación”, explican.

“Lo público no llega a los vecinos; no vemos nada más allá de lo que hacemos nosotros”

Alcaldesa pedánea de Angiozar