- Se acercan las fiestas de Navidad. Son días especiales, para lo bueno y lo malo. Pueden ser jornadas de felicidad, de encuentros. Pero también de ausencias, de huecos que son difíciles de llenar. El servicio de apoyo al duelo y enfermedad grave avanzada, Bidegin, lleva ya once años organizando una serie de encuentros bajo el nombre Es Navidad...y en casa hay una silla vacía. Izaskun Andonegi, presidenta de Bidegin, asociación que recibirá la Medalla al Mérito Ciudadano de Donostia el 19 de enero, comparte con NOTICIAS DE GIPUZKOA su experiencia en la materia.

¿En qué consisten estas jornadas que se hacen cara a la Navidad?

- Los espacios de reflexión se basan en un artículo que escribió Alba Payás, psicoterapeuta de renombre internacional, con el nombre Es Navidad...y en casa hay una silla vacía. Comenzó con estos encuentros en Catalunya y cuando le propuse hacerlos aquí le pareció muy bien. Hace ya once años que empezamos en Donostia y se nos va conociendo. La gente se pone en contacto con nosotras en estas fechas. ¡Ojalá hubiera más opciones para dar espacio al sufrimiento!.

¿Por qué en Navidad?

-Porque es un periodo del año que en nuestra cultura, comulguemos o no con el espíritu navideño, es especial. Son fechas en las que por cultura tendemos a reunirnos y en las que los huecos son más patentes. Pero cuando estás de duelo, echas de menos al ser querido cada día. Es verdad que el duelo es un proceso. En los inicios es un echar de menos más sufriente que cuando transitas por este camino. Afecta el tiempo pero también tu forma de estar en la vida. Le sigues echando de menos pero ya no es tan sufriente. Las navidades son un periodo de tiempo, que no son un día ni dos, en el que acostumbramos a reunirnos, a celebrar, hacer planes... Son fiestas en las que también recuerdas la infancia, se ponen de manifiesto las navidades compartidas o no compartidas de tu vida. Las fechas añaden esa emoción. Hay gente que nos dice que no necesita la Navidad para echar de menos al ser querido. ¡Claro que no! Pero es difícil escapar a la Navidad por muchos motivos.

Cuando se acude a este espacio, ¿qué es lo que se encuentra cada persona?

-Ya tenemos una trayectoria y se ponen en contacto con nosotras antes de organizar las jornadas. Más que de personas, podríamos hablar de familias. Personas que sufren un duelo importante en sus vidas, la mayoría por haber perdido a un ser querido. Pero también puede ser necesario un duelo por haber perdido algo importante en tu vida, como una relación o tras sufrir un cambio vital. Pero mayoritariamente el perfil responde a alguien que ha perdido a un ser querido. Vas buscando escuchar para normalizar lo que te está pasando. Te vuelves loca pensando si lo que sientes es normal o no y ves que el proceso puede ser así. Por otro lado, es un espacio para compartir sugerencias, con todo el respeto del mundo. Las personas se encuentran con otros iguales y les puede “resonar” que no están solas en esta experiencia, les ayuda a comprobar que nos les aísla de ser humanos. Ayuda a ver que estamos en la vida y que no podemos evitar que nos llegue una pérdida.

¿A aceptar?

-Conectas también con la esperanza. Hay un camino. Hay personas que viven algo parecido a lo mío y están en la vida. Y es que la sensación llega a ser de estar muerto en vida cuando el sufrimiento ahoga.

¿Hemos aprendido a pedir ayuda ante un proceso de duelo?

-Es un camino muy personal. ¡Ojalá tuviéramos la capacidad de pedir ayuda! Hay muchos factores que intervienen, de género, culturales, de sistemas familiares... Pero hay algo muy profundo y enraizado en el colectivo: la idea de que mostrar la vulnerabilidad quiere decir que soy frágil. Pero si sobrevivimos como especie es porque hemos sido capaces de demostrar esa vulnerabilidad y pedir ayuda por pura supervivencia. Sería importante romper con el tabú de mostrar la vulnerabilidad, lo que ayudaría a crear comunidades y relaciones mucho más sanadoras.

¿La edad es un factor también?

-Hace falta cultura, psicopedagogía emocional. Difícilmente los chavales y las chavalas van a pedir que entienda sus sentimientos a una persona adulta que no es capaz de sostenerse. Tenemos mucho que aprender de los y las menores. Piden ayuda, es una necesidad relacional humana profunda. Como especie pedimos ayuda. Son las personas emocionalmente más capaces para pedir ayuda. Y lo hacen. Si miran a los ojos de un adulto y no encuentran seguridad buscan otro anclaje o intentan buscarlo. Si los adultos de referencia no dan esta seguridad, el menor va generando un enfrentamiento a la vida con otros patrones y tira para adelante hasta que se convierten en adultos con esa dificultad para pedir ayuda. Los menores piden ayuda.

Tendemos a pensar que los más jóvenes enseguida pasan página.

-Pongamos un ejemplo. A una persona adulta se le muere la pareja y su hija a o hijo pierde a su padre. El hecho de que no comparta el dolor contigo como adulto no significa que no tenga sus recursos. Vemos mucho esa preocupación en la persona adulta, cuando el hijo o la hija no dice nada. Se piensa que se le va a quedar enquistado, se le propone acudir a algún especialista y el adolescente no quiere. Es muy natural que piensen ¡cómo voy a ir yo a contar mi vida a alguien que no me conoce, no conoce al aita y además pagando dinero! Que no comparta contigo no quiere decir que no lo esté compartiendo con otro igual, con alguien cercano. Lo que es importante es estar atentos, estar presentes. Porque los jóvenes y los adultos también nos podemos hacer daño de muchas maneras. El adulto tiene que estar presente y el adolescente si sabe que puede acudir a un puerto seguro pedirá ayuda de una forma u otra. Pero para eso se tiene que ver muy al límite.

El covid llegó y muchas personas no pudieron despedirse de sus seres queridos. ¿Afecta esta situación a la gestión del duelo?

-La pandemia nos ha condicionado enormemente en la manera de vivir y de morir. En los momentos más duros se han vulnerado nuestros derechos humanos en materia de acompañamiento. Los colectivos de paliativos lo hemos denunciado. El hecho de no poderse despedir, ahora ya no está ocurriendo esto, es un añadido al dolor. No es tanto por el hecho de no despedirnos, sino porque no nos han permitido despedirnos. Antes de la pandemia y durante la misma se han dado accidentes, suicidios, muertes traumáticas súbitas, desapariciones...En estos casos no te has podido despedir de tu ser querido y a veces ni ver su cuerpo. El hecho de despedirnos nos ayuda en el proceso de dolor cuando es una despedida consciente, permitida y compartida. Esto facilita parte del proceso de duelo. Pero hay un mito asociado al duelo.

¿Cuál?

-Sí, el de despedirse. Creemos que el duelo es despedirse del ser querido, hacer el cierre. Muchas veces duele que te digan que te tienes que despedir, que tienes que dejar ir a tu ser querido, incluso que le escribas una carta de despedida. Eso no es así. Es un error. Hay personas que necesitan escribir una carta de no despedida, porque su proceso de dolor implica algo más que una despedida.

Pero en pandemia...

-En ese contexto no es tanto la despedida lo que condiciona un proceso saludable de duelo. Lo puede condicionar, pero lo que ha producido daño es que no se nos haya permitido hacerlo. Es verdad que una experiencia en contexto covid tiene otros añadidos. De lo difícil a lo traumático hay un paso y mucho tiene que ver con la percepción que tienes de que tu ser querido ha sufrido. Esto es una añadido que hace que la experiencia pueda tener más factores de trauma, de dificultad añadida. Otro factor a tener en cuenta es la falta de apoyo, quién está cerca en el momento del impacto y a lo largo del tiempo. Porque a veces las personas nos apoyan en un proceso de pérdida al principio pero pocos se mantienen a lo largo del tiempo. Y es que tu ritmo en el duelo nada tiene que ver con el calendario social. Todo el mundo sigue su vida y a ti se te ha parado la tuya.

¿No nos ocurre que nos ponemos retos, metas en el tiempo y que cada proceso es propio?

- Sin duda. El proceso de un duelo es personal. El tiempo es un factor que, en general, contribuye favorablemente a aliviar el sufrimiento, pero no siempre es así. El tiempo hace su trabajo, pero realmente el alivio del sufrimiento va asociado a la manera con la que cada persona está ahí, con la manera de afrontarlo. Si no pones todo tu ser en esta experiencia, se va acumulando. Hay personas que están con un duelo 25 años y otras, bastante menos. No depende tanto del tiempo del calendario si no de la actitud que se tome ante la vida. Además, está el duelo social, que añade dolor por esa presión que se ejerce, por la urgencia, porque el contexto necesita que estemos bien. Nuestro entorno tiene miedo a que te quedes anclada en el dolor para siempre. A las personas con dolor les digo que cada cual tiene sus tiempos. Tenemos que ser amables con nosotros mismos en el sentido de permitirnos los tiempos necesarios para atravesar este camino.

“Aunque los jóvenes no compartan contigo su dolor, el adulto tiene que estar ahí y, si lo necesitan, pedirán ayuda de una forma u otra”

“La pandemia nos ha condicionado la manera de vivir y de morir. Lo duro no ha sido no despedirnos, sino que nos lo hayan impedido”

“Si sobrevivimos como especie es porque hemos sido capaces de demostrar vulnerabilidad y pedir ayuda por pura supervivencia”