Euskadi es, junto con Catalunya, la comunidad más restrictiva con el ocio nocturno, mientras que otras muchas, entre ellas Madrid, dejan salsear hasta las 3.00 horas. Aquí no. Ni un minuto más allá de la una de la madrugada. Sin distinciones. Da igual que se trate de una discoteca con cierre habitual a las 6.00 horas y su actividad se centre en la noche. Son ya 18 meses de penuria. Para más inri, los botellones se han extendido de madrugada este verano, mientras estos establecimientos permanecían cerrados por obligación. Y ello ha causado malestar en los empresarios de la noche. Afirman que no pueden mantenerse con las ayudas, “escasas”. “Lo que necesitamos es trabajar”, reivindican.

El desánimo y la resignación son el menú diario de empresarios como Aritz Prades, de la discoteca Limerick de Errenteria; Marta García, del Victoria Café de Donostia; y Haika Aizpurua, del Seven Clovers Irish Pub de Deba. Peces fuera del agua, cuando sus clientes se van con la fiesta a otra parte, mientras ellos son obligados a cerrar. Resignación. Es el sentimiento que comparten. Llevan más de un año muertos en vida.

Donde había gente a borbotones, bailando, moviéndose, enredando..., ahora solo hay unas mesitas de jueves a domingo, de 18.00 a 01.00 horas. Allí, sentados, con música, y unas copas, unas cervezas, se entretienen ahora sus clientes. Lejos quedan las seis de la mañana, antiguo horario de cierre de Limerick en Errenteria, “una discoteca de pueblo” con casi 20 años de historia, de fiesta. “Pero algo es algo, porque también ha habido momentos en los que no se podía ni abrir.”

Aritz Prades lo vive así. “La incertidumbre es una constante que nos ha acompañado desde el primer día. Primero parecía que iba a ser equis tiempo, pero se está haciendo muy largo este periplo”, lamenta. Y la única forma de sobrellevarlo es “mucha paciencia”. “Estamos de la pandemia hasta el moño, hartos, cansados, desgastados...”, lamenta.

Las nuevas ayudas anunciadas por el Gobierno Vasco, las agradecen. Sobre todo, aplauden la constancia de la asociación de hosteleros de Gipuzkoa, su empeño, su trabajo oculto y el visible también. “Han conseguido mucho con sus reivindicaciones (al Gobierno Vasco) y es de agradecer”, dicen, pero los 35.000 euros de ayuda máxima que puede recibir un local son “un grano en el desierto”, afirma Marta García.

Así lo ve la propietaria de uno de los locales que cumple los requisitos para acceder a la ayuda máxima, al tener más de diez empleados y ser un local de categoría cuatro, el Victoria Café de Donostia. “Es una cantidad importante”. Lo reconoce. La de mayor cuantía que ha percibido hasta ahora ronda los 5.000 euros. Pero esos 35.000, si llegan, no serían gran cosa para un gigante como el suyo, donde los gastos fijos pesan como una losa y la cafetería que atiende de día solo provoca pérdidas si no hace un ejercicio extremo de eficiencia, trabajando solo en las horas clave.

Respecto al apoyo institucional y económico, el propietario de Limerick, Aritz Prades, también es escéptico. “Lo vemos con cuentagotas; así como no les tiembla el pulso para tomar medidas cuando se buscaba el 70% famoso de vacunación. Y sin embargo, no tienen la mano más floja para compensar. Porque dan muy poco dinero. Muy poca compensación”, lamenta, así que “la mentalidad es sobrevivir a que todo pase y ya se hará un balance de daños”.

¿Su situación? “Depende de cómo lo hayas aceptado desde el principio. Las condiciones con el local, con el casero que tengo, son buenas. A pachas (a medias). Se está portando bien. Los ERTE han ayudado mucho y ahora toca vivir de los ahorros y préstamos”, explica.

Pero la una de la madrugada no es suficiente. El horario actual de cierre es lesivo. Al menos hasta las 2.00, pide. “Parece que no, pero es una de salgo o no salgo, y este verano, cuando hemos estado hasta las 2.00 hemos trabajado bien”.

En Deba también se cuecen habas. Seven Clovers Irish Pub es una caricatura de lo que era. Haika Aizpurua, el dueño, nos cuenta su calvario particular. Más “psicológico”, porque, por suerte, él tiene el local en propiedad y amortizado ya. El suyo es un pub de tercera categoría, con permiso para cerrar a las 4.00 horas en circunstancias normales. Se creó hace quince años. “La crisis más dura ha sido la del coronavirus”, afirma sin titubeos, mucho más que la anterior crisis financiera global. El virus ha hecho estragos.

“Nuestro local es de noche. No es una terraza, se trabaja dentro. Solo tengo tres mesitas fuera. Hemos aguantado, trabajando como bar de día, sobre todo para no perder”, pero se ha perdido plantilla, apunta, y ese punto de inestabilidad ha llevado a gente que antes vivía de la hostelería a otros sectores, algo que, en su opinión, provocará problemas para conseguir personal en el futuro.

Con un local en propiedad, ni hipoteca, ese trabajo de día, con un local grande que le permitía mantener las distancias en las mesas del interior, le ha servido “para pagar sueldos y es de agradecer”. Al menos, dice, le gusta cómo se han articulado las nuevas ayudas del Gobierno Vasco, con más dinero para los que han tenido que estar completamente cerrados. Me parece justo”, dice.

Aizpurua cree que no se verá la luz hasta la campaña de navidades. “Antes no veo esa libertad y lo que necesitamos es que la gente esté vacunada y este verano se ha visto que no había suficiente gente vacunada. Se ha repetido lo sucedido el verano pasado. Ha habido movimiento al terminar el curso (escolar). En los locales había un control, pero vemos que al salir, hay fiesta en todos los pueblos. Al menos, esta vez no nos han podido echar la culpa”, afirma.

“La ayuda está bien, nos da aire, pero el problema es la falta de control. Si no anduviese nadie en la calle, sería lógico exigirnos ese último esfuerzo, pero cuando ves que el esfuerzo lo hacemos de nuestro dinero, un día va y otro viene, y que el resto es un desmadre..., es surrealista”, lamenta.

“Vivo encima del pub. Cierro a la una, estoy en casa y veo los botellones que se hacen en la alameda (de Deba), que está enfrente de mi casa. Y se hacen todos los días y psicológicamente es muy duro. La Ertzaintza no tiene personal, y creo que es tiempo ya de dejar que pase lo que tenga que pasar, porque para la gente parece que la pandemia ha terminado y no puede ser que estemos así para que la gente haga lo que quiera. No es justo. La fiesta no ha terminado, sino que ha cambiado de sitio ”. Incluso su hijo de 24 años se une a esos grupos con sus amigos. No culpa a los jóvenes, pero le resulta duro.

Marta lleva cerca de 18 meses sin los ingresos de la noche, ni eventos. Y eso no hace viable su negocio. La discoteca, reconoce, es la arteria principal del Victoria Café. “Los gastos estructurales siguen siendo los mismos, tus compromisos con los bancos son los mismos o mayores, por los famosos créditos ICO, que están bien, pero hay que devolverlos; el tiempo te va asfixiando y los ahorros se acaban: créditos de Elkargi, moratorias, todo eso está bien, pero cuando no tienes fluidez, cuando no hay ingresos...”, lamenta.

“La situación es muy difícil, tanto para el hostelero como para la gente que también depende de la hostelería. Y ahora se terminan los ERTE, como no haya facturación... Porque al acogerte a los ERTE no puedes despedir”, explica. La única salida es la vuelta al trabajo, como antes, pero Marta no es optimista. “Desgraciadamente, esta es una enfermedad que se transmite por las vías respiratorias y las decisiones sanitarias, ya sabes...”. Luego te encuentras el muro de Gros a tope, pero bueno”.

Y luego está la “incertidumbre”. ¿Se va abrir en diciembre? Yo creo que no. Nos hemos confiado tantas veces...En el Victoria café entran más de 200 personas. Y a la gente le gusta apelotonarse. ¿Eso lo van a permitir de aquí a tres meses? Lo dudo muchísimo. Y ojo, otra cosa. La gente igual tiene miedo”.

Y mientras, en Juan de Bilbao (Ikatz kalea)..., vete allí. Parecen sanfermines. Los policías no saben ni qué hacer. Te entra ardor de estómago. Y la respuesta de la sociedad es: la juventud está cansada, vamos a dejarles. Hecho en falta más presencia policial. A mí, que estoy muy expuesta, no me pasan ni media y si me paso, me cae una multa. Y luego vas a la Parte Vieja... Ver el hacinamiento de gente a 400 metros de donde tú no puedes abrir es muy duro. Y yo entiendo; tengo sobrinos en edad de salir y no quiero demonizar a los jóvenes, pero siempre me ha parecido que la hostería está vapuleada”, zanja.