Ni un sprint de 30 años hacia la descarbonización de nuestras vidas, como el que Europa pretende lanzar desde ya, evitará algunas de las consecuencias del cambio climático, cada vez más evidentes. Más en otras latitudes, es cierto, pero en Euskadi no somos ajenos a ello. Imaginemos que Gipuzkoa, el territorio con mayor proporción de masa arbolada de todo el Estado, con 68 millones de árboles repartidos en más de 121.000 hectáreas, lo que equivale al 61% de su superficie total, sufre un megaincendio como los que están abrasando estos días medio mundo.

Dixie, sin ir más lejos, el incendio que lleva un mes entero asolando el norte de California, en EEUU, ha arrasado ya con 200.000 hectáreas de bosque. Y esto equivale a toda la superficie de Gipuzkoa: la arbolada y la no arbolada. ¿Qué pasaría si perdiéramos parte de ese patrimonio, esa ventaja que nos da el verde? ¿Podemos permitírnoslo?

El verano guipuzcoano no ayuda a tomar conciencia de lo inquietante de la situación. Ni la ola de calor que padece la Península Ibérica se ha dignado en asomar por estas latitudes. Pero sí se producen cada vez más fenómenos extremos. Y la temperatura media ha subido en nuestro territorio 1,2 grados en 50 años. No parece mucho, pero va a más.

El aumento de días secos es un hecho y las precipitaciones torrenciales también son cada vez más frecuentes. Tomar conciencia, actuar y cambiar hábitos es la mejor ofrenda que podemos hacerle al sirimiri, esa fina y persistente lluvia, molesta y terca, pero quizás añorada en un futuro próximo. Imagínense un 15% menos de lluvia. La disminución, apuntan los expertos, sería mínima en zonas costeras, pero más acuciadas en el interior. Llovería menos veces, pero más intenso.

Probablemente las extremas temperaturas registradas en Canadá hace poco más de un mes sean una de las señales de alerta más potentes de los últimos meses: 49,6 grados centígrados. Impensable en latitudes tan al norte. Sucedió algo similar en Siberia, a las puertas del Ártico, donde en junio se alcanzaron los 48 grados.

La temperatura máxima registrada en el Estado español es de 46,9 grados, en julio de 2017, en Córdoba. 44 en Euskadi. Y Túnez ha superado esta semana los 50, provocando incendios; mientras en Turquía, donde además ha habido inundaciones por lluvias torrenciales, se han rozado también los 50. El peor escenario de cara a 2100 contempla que la temperatura en verano podría subir hasta 5 grados en la CAV y 7 en algunos puntos de España. Todos sabemos sumar.

La isla griega de Eubea; Sicilia (esta semana ha registrado el máximo histórico de Europa, 48,8 grados), Cerdeña y Calabria, en Italia. La lista es interminable. Incendios favorecidos por el calor extremo y la sequedad. ¿Vamos tarde? ¿Qué podemos hacer desde un territorio como el nuestro?

El Informe de Impacto y Vulnerabilidad al Cambio Climático de Gipuzkoa, cuyas conclusiones fueron expuestas en julio por la Diputación, proyecta un escenario para finales de siglo en el que podría desaparecer el 40% de la superficie seca de nuestras playas. Entre 40 y 70 centímetros subiría el nivel del mar para finales de siglo en nuestro territorio. Desde 1990, está subiendo a un ritmo de 2,5 centímetros por década: 7,5 en 30 años. Pero el proceso se acelera.

"No tenemos ninguna duda de que el calentamiento global está ocurriendo ya", aseguró hace unos meses a este periódico Alexander Boto, el director general de Ihobe, la Sociedad Pública de Gestión Ambiental del Gobierno Vasco. El problema va más allá: nuestro modo de vida. "Es difícil cambiar nuestros hábitos y comportamientos", afirma Boto. La clave para lograrlo, dice, es seducir, "hacer ver las oportunidades" que nos puede reportar el cambio, porque "en cuestión de cambio climático, está demostrado que los mensajes catastrofistas no funcionan, generan apatía y desincentivan".

Entonces, ¿cómo? Mirar al futuro tal y como se está haciendo ya es mucho. En Euskadi se viene trabajando en esta línea desde 2005. Ese año, la CAV emitió 25,5 millones de toneladas de CO2 equivalente a la atmósfera. En 1990 se emitieron 20,8 y a día de hoy son 18,9. Respecto al año 2005, las emisiones de estos Gases de Efecto Invernadero (GEI) han disminuido un 27% y un 11% respecto a 1990.

Pero es el momento de acelerar. El 30 de julio de 2019 el Gobierno Vasco presentó la Declaración de Emergencia Climática. Objetivo de país. Y ahora, quizás sin ser conscientes de su verdadero alcance, los vascos estamos embarcados en la Estrategia de Cambio Climático del País Vasco-KLIMA 2050, que no solo plantea reducciones drásticas de las emisiones y alcanzar la neutralidad en 2050, sino que estudia soluciones para adaptarnos y mitigar sus efectos nocivos.

El riesgo de inundabilidad en zonas urbanas, junto a los ríos, por ejemplo. Los resultados muestran que el ascenso del nivel del mar tendrá un efecto notable en el interior del estuario del Nervión, en Bizkaia; y en Donostia, donde las zonas más afectadas son el barrio de Loiola, Txomin y polígono Bidebidarte (Astigarraga). Pues bien, se ampliarían en 2100, sobre todo en Loiola y Martutene.

Zarautz es otro punto crítico. Los informes de Ihobe recogen que "el frente costero de Zarautz es una zona urbana vulnerable a inundación por combinación de marea y oleaje. En dos de los tres escenarios de mayor afección, se calcula que "prácticamente todo el paseo marítimo se inundaría con nivel extremo o severo" y "el impacto que sufre hoy la zona oeste se trasladaría a todo el frente urbano".

Un 23% de los municipios vascos se ven amenazados por la elevación del mar. Existen soluciones basadas en la naturaleza, como las dunas y las marismas, pero el 22% de la costa no tiene estos ecosistemas de protección a día de hoy. También serán claves los árboles y bosques. No solo para absorber CO2, sino para mitigar los efectos de las olas de calor, ya que proporcionan sombra y refrescan las urbes. Se han diseñado, de hecho, acciones para llevar a cabo hasta 2040. En Bilbao, por ejemplo, se ha calculado que para enfriar un grado la temperatura superficial se necesita aumentar el verde en la ciudad en 1,6 hectáreas.

Entre tanto, acciones cotidianas como evitar los aparatos en stand-by o controlar la temperatura de la calefacción o climatización ayudan: rebajando 1 grado el termostato podríamos ahorrar entre un 5% y un 10% de la factura eléctrica y dejar de emitir tanto CO2 como en un trayecto por carretera de 1.600 km. Usar el transporte público, hacer turismo de cercanía o comprar producto local también suma. Nuestro granito de arena.