Pierde gas la trampa mediática contra Cuba. Antes pasó lo mismo con Venezuela. De Colombia, nadie se acuerda. No dudo de que aquello sea una dictadura con apoyo social, como en algún momento fue aquí el Glorioso Movimiento. Por razones geoestratégicas, a otros sistemas parecidos se les denomina regímenes autoritarios. Hace más de 20 años nos concedieron una distinción en Cuba a una decena de veterinarios, comunicándonos que la entrega se haría en un acto solemne en el Capitolio de la ciudad de La Habana. Agradecí el detalle, y todavía guardo el diploma acreditativo. Les manifesté que iría a recogerlo cuando no hubiera presos políticos. Hasta hoy. El resto, la mayoría sintonizando con la derecha más conservadora, viajaron entusiasmados a saludar y fotografiarse con el barbudo del puro y hoy lucirán la foto en el salón de su casa o en su despacho. Ironías de la vida.

El pasado domingo, con una impecable ejecución al quiebro que obligó a la enfermera a saludar al respetable cofia en mano, me aplicaron la segunda dosis de AstraZeneca. Ya estoy vacunado, que no inmunizado. No confundamos los términos. Se calcula que son precisos 15 o 20 días para alcanzar el nivel óptimo de anticuerpos. Entonces, estaré, sí lo estaré. Pero podré infectarme, con síntomas leves, y contagiar. La eficacia de las vacunas nunca llega al 100%. En el caso de la Pfzier/BionTech, el 95%. La denostada AstraZeneca, con la pauta completa, llega al 90%.

Están en las farmacias los test de autodiagnóstico. Coincido con el preventivista Dr. Salvador Peiró, que se trata de una de esas medidas para hacer creer que se hace algo. Cualquier test que se emplee para evitar aislamientos o para autoconvencernos de que se puede hacer aquello que sería mejor no hacer, es un error. Un entretenimiento para el público en el ferragosto y los boticarios haciendo caja. Me alegro por ellos.

Recientemente, algún medio se hacía eco de la situación de una enfermera que, en su ejercicio profesional había contraído el covid y que, pasados seis meses, se encontraba incapacitada para su trabajo, sin que esa enfermedad se reconozca todavía como enfermedad profesional. Me acordé de los muertos por el amianto, cuyo reconocimiento, vía sentencia, les suele llegar a la mayoría, una vez muertos. Como al Cid Campeador.

Leo en Journal of the Royal Society of Medicine, en su edición del 15 de julio, que el impacto del covid-19 agudo en los pacientes, independientemente de su gravedad, va más allá de la hospitalización en los casos más graves, y se traduce en un deterioro continuo de la calidad de vida, la salud mental y los problemas laborales. A este cuadro se denomina covid persistente o síndrome del covid postagudo. Un trabajo de la Universidad de Birmingham concluye que la presencia de un mínimo de cinco síntomas de covid-19 en la primera semana de infección se asocia con el desarrollo de covid persistente, con independencia de la edad y sexo del paciente. Recordemos que los diez síntomas más comunes de la covid son: fatiga, dificultad respiratoria, dolor muscular, tos, cefalea, dolor articular, dolor torácico, alteración del olfato, diarrea y alteración del gusto. Otros síntomas comunes son el deterioro cognitivo, la pérdida de memoria, la ansiedad y los trastornos del sueño. Pues bien, los investigadores identifican a su vez dos grupos de síntomas que coinciden en el covid prolongado. Por un lado, la fatiga, dolor de cabeza y afecciones en las vías respiratorias altas y, por el otro, los cuadros multisistémicos con fiebre y diarrea.

El autor principal, Olalekan Lee Aiyegbusi, afirma que el impacto de la enfermedad en esos pacientes va más allá de la hospitalización y se sienten abandonados y desestimados, incluso, por los profesionales sanitarios. Constatan el deterioro de su calidad de vida y su salud mental y padecen problemas laborales, lo que se traduce en nuevas necesidades multidisciplinares que exigirán a medio plazo una respuesta en forma de rehabilitaciones física y mental y apoyo de servicios sociales. Otro reto con su correspondiente partida presupuestaria. Me recuerda a la fibromialgia.

E insisto en la salud mental porque un estudio de la Universitat Autònoma de Barcelona y CCOO concluye que el 60% de los asalariados está en riesgo de padecer crisis de salud mental, casi el triple que en mayo de 2020, al inicio de la pandemia.

Y traigo todo esto a colación, no para acojonar, que eso a otros corresponde, sino porque en la revista Nature publican un trabajo elaborado en Bergen (Noruega) avisando de que el 52% de los jóvenes de 16 a 30 años con covid-19 tiene síntomas persistentes seis meses después.

En esa misma línea, Plos One (Public Library of Science) recoge otro estudio, con una muestra menos representativa que el anterior, de la Universidad de Zurich, en el que concluye que un 19% de los menores de 40 años que han padecido covid-19, a los seis u ocho meses después de la infección siguen arrastrando un cansancio y, en muchos casos, dificultades respiratorias. El objetivo de los investigadores suizos y noruegos era evaluar el grado de incidencia del covid persistente en la población, de cara a la creación de futuros servicios de atención hacia estas personas.

Lo dejo caer. Nuestros expertos técnico-científicos ya estarán analizando éstas y otras fuentes de información y perfilando las respuestas. Estoy seguro. Bueno, me gustaría estar seguro. Bien, admito tener algunas dudas razonables. Bueno, ya me entienden. Eso.

Hoy, ensalada ilustrada y marmitako. Melón con helado de avellana de Iztueta, sin contaminar por óxido de etileno. Txakoli Urruzola de Alkiza que, por cierto, gestionan desde hace unas semanas el bar Txakoli, antiguo Lete, en la calle 31 de agosto, 22. The Glenrothes leyendo Peste & Cólera, de Patrick Deville, gentileza reciente de mi cuñada Idoia. Delicioso acercamiento a la vida de Yersin, microbiólogo pasteuriano y explorador en Vietnam, de agradable lectura.

El 52% de los jóvenes de 16 a 30 años con covid-19 tiene síntomas persistentes seis meses después