hora toca despellejar al presidente húngaro, Viktor Orbán, y su ley limitadora de la difusión de información y contenido LGTBI a menores de edad. Conozco un poco de Hungría, más allá del Budapest turístico. Recorrí la Puzsta (Gran Llanura) húngara fotografiando cerdos peludos de raza mangalica, vacas grises esteparias de enorme cornamenta y simpáticos asnos blancos de ojos azules. Mis compañeros de viaje, ejemplo de tolerancia extrema, llegaron a compartir mi “pedrada”. Trasegamos varios hectolitros de vino Tokaji y cantamos La Internacional en el Parque Memento, museo-almacén de las estatuas retiradas a la caída del régimen comunista en 1990, de camino al Lago Balatón.

No me identifico con Orbán, pero tampoco me escandalizo. En 1973, el psiquiatra estadounidense Robert Spitzer demostró que la homosexualidad no es una enfermedad psiquiátrica y en 2018 la OMS retiró la transexualidad de su lista de enfermedades mentales. En España se les aplicó penalmente la Gandula hasta diciembre de 1978. No éramos tan diferentes. Ahora que somos tan políticamente correctos, toca quedar bien y actuamos con la fe del novicio. Peligroso. No se lo crean.

Aunque insistan los gobernantes, en su afán de dar noticias positivas y transmitir su falso optimismo con inaceptable paternalismo, es falso. Todavía no podemos apagar el frontal. Hay túnel para rato. Nos lo recuerdan británicos o portugueses. Tampoco es correcto decir que se puede ir sin mascarilla para lucir la sonrisa. No. Nos podemos quitar la mascarilla, que es muy diferente, en situaciones determinadas. Al aire libre y cuando nos aseguremos una distancia mínima de metro y medio con otra persona no conviviente. Para los urbanitas no resulta tan fácil. No se lo crean.

Vamos mejor, es cierto, pero no conviene adoptar posturas triunfalistas. Cuando seamos un 70 o un 80% los vacunados con la pauta completa, ya hablaremos. Otros países, después de haber liberalizado algunas medidas, se han visto obligados a recular.

Vacunación no es sinónimo de inmunización. Las vacunas tienen un porcentaje de efectividad, pero es posible una infección, aunque sea leve y con escasa capacidad de contagio a terceros. La seguridad absoluta no existe y menos en biología. Además, hay personas inmunocomprometidas a las que la vacuna no les va a hacer efecto. De momento, parece que la pauta completa es efectiva frente a las diferentes variantes conocidas del virus.

Sería oportuno acelerar las vacunaciones en el tramo de edad 60-69, como recomienda la EMA, al ser el de mayor riesgo a la hora de infectarse, pero, por otro lado, son más observantes de las normas de prevención que los jóvenes y, además, van cuesta abajo en la rodada. La jacarandosa consejera ya ha dicho que nasti plasti. Aunque sean más proclives a los partidos que gobiernan. Total, no hay elecciones a la vista. El comité técnico-científico lo valorará. No se lo crean.

Suspendió la selectividad el 1,65% de los presentados. Los suficientes para asegurar la recluta de futuros dirigentes políticos a medio plazo. Hasta es posible que les toque gestionar una pandemia como expertos. El resto se formarán lo mejor que puedan y buscarán un trabajo. Algunos serán indefinidos no fijos en la Administración. Para no sentirse marginados ni estigmatizados, se fueron junto con los aprobados, a Mallorca de super-mega-macro-botellón.

Sus progenitores, premiando el esfuerzo de sus retoños e incapaces de negarles nada, aprobaron la iniciativa del pretendido viaje de estudios a Palma, financiándolo entusiasmados, ajenos a lo que la prensa canallesca informaba sobre la presencia masiva de británicos en la isla. Además, nuestra muchachada iba con PCR negativo. Pero, al parecer, tras de cada estalactita de las cuevas del Drach, de cada columna de la catedral del siglo XIII o del palacio de la Almudaina del XIV, en el cabello de ángel de las ensaimadas, en los asientos del tren de Sóller o en el faro de Porto Pí, acechaba el coronavirus vestido de bobby inglés o de Sandokan, con la malévola intención de infectar a los niñatos consentidos.

Ahora, los permisivos padres se escandalizan. Más de 1.000 positivos -200 vascos- con las variantes alfa y delta. Unos confinados y custodiados en el hotel de cuatro estrellas de la cuarentena, una especie de Guantánamo pero sin pijama naranja, según dicen los jóvenes. Otros, hospitalizados. Algunos en la UCI. Uno muy grave. Otros fugados. Los que han podido regresar, encerrados en sus casas con sus allegados. Han tirado por la borda el esfuerzo de sus profesores adoptando medidas de prevención durante todo el curso. Han incrementado la tasa de incidencia covid en Euskadi y en diez comunidades autónomas más. Algunas admiten su culpabilidad. Sus progenitores, incapaces de asumir la realidad, buscan un culpable ajeno a la familia. Si no vale el Gobierno Vasco, será el balear, el Ayuntamiento de Palma o la Flor de Lirio Real. Cargan contra la policía mallorquina por no impedir el jolgorio. Si lo hubiera hecho, ahora lo criticarían igual. Una madre coraje denuncia que su hija está “secuestrada” en Palma, mientras que los extranjeros andan libres por el hotel. La leyenda negra que nos persigue desde el siglo XVI. Otros solicitan el habeas corpus para los confinados. Frenesí histérico de despropósitos, por la irresponsabilidad materno-paterno-filial que finaliza cuando la jueza “deja en libertad” a 180 sospechosos que han dado negativo, por no considerar suficiente “un potencial diagnóstico” para privarles de libertad. Quizás sirva para una mayor difusión del virus en sus localidades de residencia. La juerga la pagamos todos, a escote, y quizás todavía le cueste la vida a alguno. Ya veremos. Emotivo encuentro de padres y vástagos al recuperar su libertad. Final feliz para la aventura. No se lo crean.

Hoy domingo, tomate en ensalada con bonito, anchoas y guindillas. Todo Label. Lengua en salsa. Cerezas. Txakoli Urruzola. Con la policiaca, el escocés The Glenrothes de 10 años.

Vamos mejor, es cierto, pero no conviene adoptar posturas triunfalistas