igue fallando la comunicación que, en muchas ocasiones, exige guardar prudente silencio. La salud es algo muy serio como para dejarlo en las manos de unos indigentes intelectuales. Al espectáculo que a diario nos ofrecen, sumamos los cambios de criterio vacunales, por razones en absoluto científicas, causantes de la desorientación de la población hastiada con la gestión de una pandemia convertida en guerra comercial y política.

Los políticos europeos son exactamente iguales a los de aquí. Como muestra el sofagate. Los partidos envían a la canonjía europea a los que estorban y a los amortizados, a quienes hay que darles un puesto. Si les conviene, se escudan en la Agencia Europea del Medicamento; en caso contrario, aplican el Principio de Precaución, siempre según sus espurios fines. La Interterritorial vuelve a suprimir, con la abstención de la consejera vasca -al menos hay una con sentido común- la vacuna de AstraZeneca por criterios políticos, dejando en el limbo a dos millones de personas, entre ellas mi hija. E incluso sugieren que les podrían aplicar una segunda dosis de otro fabricante. Alguien deberá explicar a estos ignorantes que lo correcto es aplicar la segunda dosis del mismo preparado. Con las otras vacunas, al parecer, no existen contraindicaciones. Es curioso. Y en Euskadi, además de culpar de falta de responsabilidad a la ciudadanía y lamentarse del vacío legal que supondrá el fin del estado de alarma, siempre balones fuera, aunque tengan razón, sería conveniente reflexionar sobre la propia actuación institucional y del LABI, ahora que comenzamos a pagar el precio de salvar la Semana Santa de los hosteleros y los futboleros.

En septiembre de 2020 se publicó en Bussines Insider un trabajo de científicos de Oxford y del Massachusetts Institute of Technology (MIT) que abogaba por adoptar medidas que limitaran el contagio a través de las minúsculas partículas en el aire -aerosoles- que distribuyen el virus a distancias que superan el metro y medio, proponiendo que se consideraran también el lugar en el que nos encontremos y la duración de la estancia. Puro sentido común. Los investigadores Michael Riediker, del Centro Suizo de Salud Ocupacional y Ambiental de Winterthur (Suiza), y el chino Dai-Hua Tsai, de la Universidad de Zúrich (Suiza), decidieron medir la cantidad de virus necesaria para infectarse, y si el aire que exhala una persona portadora asintomática puede contaminar una estancia mal ventilada. El trabajo, revisado, fue publicado en julio de 2020 en Jama Newtwork, revista médica americana.

Mediante un modelo matemático concluyeron que la carga viral en el aire puede alcanzar concentraciones críticas en habitaciones pequeñas y mal ventiladas, recomendando evitarlas y el uso de la mascarilla siempre. Además, no mezclarse con mucha gente, no permanecer en el mismo espacio mucho tiempo seguido sin mantener una distancia de seguridad, y evitar todo lo que suponga actividad de respiración agitada, es decir hablar alto, cantar, gritar o realizar ejercicios gimnásticos. Es importante lavarse las manos con frecuencia, al regresar a casa desde el exterior y siempre después de usar el retrete. Imprescindible. Debería venir en el ADN de todas las personas, pero no es así. Ni siquiera en los manipuladores de alimentos. Cabe preguntarse qué ocurre con esos virus que, tras su paso por el aire, finalmente se depositan en el suelo, sobre objetos susceptibles de ser tocados con nuestras manos y vía nasal u ocular -más improbable- podrían infectarnos. Sabemos que el virus se inactiva en un minuto, en todas las superficies limpiadas con alcohol, agua oxigenada o lejía rebajada, con la ayuda de una bayeta, la fregona o pulverizando.

Los veterinarios sabíamos de la estacionalidad del coronavirus causante de algunas infecciones respiratorias porcinas, que desaparecen en la época seca, así como de la acción desinfectante de las radiaciones ultravioleta de ciertas longitudes de onda contenidas en los rayos solares que afectan al ADN de los microorganismos existentes en las superficies, secas o líquidas (mar, pantanos, embalses, incluso ríos).

La luz es la franja de radiación a la cual nuestro ojo es sensible. La radiación ultravioleta (UV) y la infrarroja (IR) no son visibles y se ubican en ambos extremos de la franja visible. Los rayos ultravioletas se dividen en tres grandes grupos (UVA -onda larga-, UVB -onda media- y UVC -onda corta-), que se diferencian por la cantidad de energía que transmiten. Los UVC son detenidos por la capa de ozono y no llegan, afortunadamente, a la superficie de la tierra. Sobre los peligros de estas radiaciones suelen insistir durante la época estival los laboratorios de cosmética con fines comerciales, y los especialistas en dermatología durante todo el año, con una finalidad preventiva, ante el alarmante incremento de los cánceres de piel.

La revista The Journal of Infectious Diseases del 5 de febrero de este año publicó un artículo de Paolo Luzzatto-Fegiz, de la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB), sobre la eficiencia de los rayos ultravioleta de onda media (UVB) inactivando el ARN del virus y sugiriendo que, además, podrían actuar también los rayos de onda larga (UVA), acelerando la inactivación del virus. El coautor de la investigación, Yangying Zhu, detalla que la posibilidad de que los rayos UVA sean capaces de inactivar el virus podría ser muy ventajosa, pues actualmente hay bombillas led económicas ampliamente disponibles que son mucho más potentes que la luz solar natural, que podrían, potencialmente, usarse para reforzar los sistemas de filtración de aire con un riesgo relativamente bajo para la salud humana, especialmente en ambientes de alto riesgo, como hospitales y transporte público.

Hoy domingo, espárragos de Olite, arroz con langostinos y anchoas a la papillote; torrijas con canela y un poco de ron. Acompañando, txakoli de Urruzola.

La posibilidad de que los rayos UVA sean capaces de inactivar el virus podría ser muy ventajosa